La sagaz princesapágina 9 / 19
Habladora temía con justa razón que sus hermanas la reconviniesen. Cauteloso se ofreció a buscarlas, y aseguró que no le faltarían razones eficaces para convencerlas. La pobre princesa, que no había dormido en toda la noche anterior, se quedo un poco albergada. El traídos, aprovecho este sueño, y la encerró con llave, como había hecho con Perezosa.
Recorrió luego las habitaciones del castillo; todas estaban abiertas menos una, cuya puerta resistió a sus esfuerzos. No había duda, aquella era la habitación de picarilla. Aproximose Cauteloso a la cerradura, y pronuncio por tercera vez el mismo pomposo discurso. Picarilla no se dejaba engañar como sus hermanas, y le escucho sin responderle.
Al ver que el príncipe no cejaba, comprendió que nada iba a conseguir con el silencio, puesto que no había de disuadirle de aquella era su habitación y le dijo que para creer en su ternura y sinceridad era preciso que bajase al jardín, cerrase tras el la puerta, y se conformara a escuchar lo que desde la ventana le hablaría.
Cauteloso no quiso aceptar, y exasperado por la obstinación de Picarilla en no querer hablar, fue a buscar un madero e hizo saltar de un golpe la cerradura de la puerta. Cuando penetró en el cuarto, halló a la princesa armada con un gran martillo que por casualidad habían allí olvidado. La emoción y la cólera, animaban el hermoso rostro de la joven realzando su natural belleza a los ojos del seductor. Cauteloso quiso arrojarse a sus pies; pero ella le rechazó diciéndole:
- Príncipe, ¡si os aproximáis a mi, os abro la cabeza de un martillazo!
- ¡Como! Hermosa princesa – exclamo Cauteloso con hipócrita y melosa entonación - ¿es posible que paguéis el amor que me inspiras con tan cruel aborrecimiento?
Y en seguida se puso a encomiar de nuevo la violencia de la pasión que le había inspirado la fama de la belleza y del maravilloso talento de Picarilla, añadiendo que se había disfrazad para venir a ofrecerla con todo el respeto debido su mano y su corazón, y que debía perdonarle su osadía y el haber fracturado la puerta, en gracia del sentimiento violentísimo que le animaba.