La sagaz princesapágina 5 / 19
- La prohibición del rey – dijo Habladora a su hermana – es imposible que comprenda a las personas de la categoría de esta infeliz. Creo que podemos recibirla sin ningún temor.
- Haz lo que quieras, hermana mía – respondió Perezosa.
Habladora que no espera sino reste consentimiento, echo la canastilla que era de dos asas y muy fuerte, y la mendigo se metió dentro: graciosa la garrucha las dos princesas pudieron izarla con facilidad.
Así que vieron a la pobre mujer dentro de la torre, las disgusto en extremo la horrible suciedad de sus vestidos, y quisieron darle otros para que se mudase; la forastera respondió que se los cambiaria al día siguiente, y que por de pronto no pensaba sino en servirlas. En esto volvió Picarilla a su cuarto y no fue poca su sorpresa al ver a una desconocida en compañía de sus hermanas. Expusiéronle las razones en que habían inspirado su conducta y la pobre Picarilla, comprendiendo que se trataba de un hecho consumado y que ya no había para el remedio, disimulo el disgusto que le causaba tamaña imprudencia.
Entre tanto, la nueva camarista de las princesas empezó, con el pretexto de arreglar las cosas, a escudriñar todos los rincones del castillo. Quería hacerse cargo de la disposición interior de la torre porque es de advertí que aquella criatura sucia y repugnante, aquella mendigo cubierta de harapos era nada menos que el hijo mayor de un rey poderoso, vecino y rival del padre de las princesas. El tal príncipe, que pasaba por uno de los hombres mas artificiosos y malignos de su tiempo, manejaba al rey su padre como mejor le parecía. La verdad es que para ello no se necesitaba mucha sagacidad pues el buen rey era de un carácter tan dulce, pacifico y bondadoso, que le habían dado el sobrenombre de Muy Benigno. Al joven príncipe, cuyas acciones llevaban siempre el sello de la doblez, el pueblo le llamaba Cauteloso.
El rey Muy Benigno tenía un hijo menor, tan bueno como malo era el otro. A pesar de la notable diferencia de carácter, los dos príncipes vivían en las mas perfecta unión y concordia, fenómeno que admiraba a todo el mundo. La belleza del rostro y la gracia que distinguían al hermano menor, unidas a los hermosos y nobles sentimientos de su corazón, habían hecho que el pueblo le diese el apodo de Perfectísimo.