La sagaz princesapágina 6 / 19
El príncipe Cauteloso era el que había inspirado al embajador del rey aquel rasgo de mala fe que la penetración de Picarilla hizo redundar en perjuicio de sus autores. Cauteloso odiaba al padre de las princesas, así que en cuanto supo las preocupaciones que había tomado, formo el diabólico proyecto de burlarse.
Intento no se que pretexto, obtuvo permiso del rey Muy Benigno para hacer un viaje, y en seguida se preparo para entrar en la torre de la manera que habíamos visto.
Al examinar el castillo, noto que las princesas podía, gritando, hacerse oír de los transeúntes y decidió permanecer con su disfraz durante el día; de lo contrario podía salirle cara su temeraria empresa. Conservó sus harapos y así que llego al noche y las tres hermanas hubieron cenado, los arrojó lejos de si y apareció vestido de piedras preciosas. A la vista de semejante cambio las pobres princesas quedaron aterradas y echaron a correr con precipitación. Picarilla y Habladora, ágiles como ardillas, se encerraron en su habitación en un abrir y cerrar de ojos; Perezosa, para quien era un trabajo ímprobo andar no pudo escapar de las manos del príncipe.
Cauteloso se arrojo en seguida a sus pies, y después de confesarle cortésmente quien era, le dijo, que la fama de su belleza, corroborada por los retratos que de ella había visto, le había obligado a abandonar los placeres de una corte magnifica y deliciosa por venir a ofrecerla su corazón y su fé. Perezosa quedo tan aturdida en un principio que no tuvo palabras para responder al príncipe, que permanecía siempre de rodillas, dirigiéndole mil piropos, haciéndola mil protestad de amo y conjurándola a que le recibiese por esposo inmediatamente.
Como la natural flojera de la joven no la permitía entrar en una discusión, porque esto hubiera sido un esfuerzo supremo de que no se sentía capaz, dijo con negligencia al príncipe que, aceptaba el ofrecimiento que le hacia. Y sin otras formalidades ni requisitos, quedo arreglado el matrimonio entre la indolente niña y el atrevido príncipe. Inútil es decir que la rueca de cristal se rompió en mil pedazos.