La sagaz princesapágina 4 / 19
Tal vez pensara el lector que las princesas quedaron en peligro de morirse de hambre, puesto que no tenían quien las sirviera: ¡nada de eso! El rey había mandado colocar una garrucha sobre una de las ventanas de la torre, y por ella pasaba una cuerda a cuyo extremo ataban las princesas una canastilla: en esta canastilla subían las provisiones diarias. Todas las noches tenían las princesas que retirar las cuerdas antes de acostarse.
Se desesperaban Perezosa y Habladora de esta solitaria vida y no hay palabras con que expresar la tristeza que sentían. Debían, sin embargo, tener resignación pues la misteriosa rueca, podía al menor desliz quedar hecha pedazos.
En cambio Picarilla nos e aburría. El huso, la aguja, los libros y los instrumentos de música le proporcionaban medios de distracción. Ademas, todos los días, por orden del ministro de Estado, colocaban en la canastilla de las princesas cartas y despachos en los cuales les daban detalladas noticias de todo cuanto pasaba fuera y dentro del reino.
El rey lo había dispuesto así, y el ministro, fiel en el cumplimiento de sus deberes, era en esto exacto. Picarilla se enteraba de la marcha de los asuntos políticos y esto contribuía también a distraerla. Sus hermanas, no miraban siquiera los despachos. Decían que la pena les impedía divertirse con tales pequeñeces, y que mejor que cartas era que les enviasen una baraja para matar el tiempo.
De este modo pasaban la vida renegando de su destino, y exclamaban algunas veces:
- “Mas vale nacer dichosa que hija de rey.”
Con frecuencia salían a las ventanas de la torre para ver y fisgar lo que pasaba en el campo. Un día en que Picarilla trabajaba como de costumbre, sus hermanas vieron desde el balcón a una pobre mujer andrajosamente vestida. Les pinto esta mujer con palabras conmovedoras el triste cuadro de su miseria, les dijo que era una desgraciada forastera que sabia muchas historias, y les suplicaba que la dejasen entrar en la torre, donde podría prestarles muchos y buenos servicios con la mayor exactitud fidelidad. Las princesas recordaron en seguida la orden que habían recibido de su padre de no dejar que entrase en la torre alma viviente; mas Perezosa estaba cansada de servirse ella misma, y Habladora aburrida de no tener por oyentes mas que a sus hermanas: así que la una por la gana que sentía de tener quien la peinase y la otra por el deseo de charlar con una persona desconocida, resolvieron las dos dejar entrar a la pobre forastera.