La sagaz princesapágina 3 / 19
Picarilla descubrió también otra vez una mala pasada que un ministro quería jugar al rey, y gracias a los buenos consejos que dio a su padre, la infidelidad del traidor fue puesta en evidencia. En fin, de tal modo manifestó su penetración y buen juicio, que el pueblo empezó a distinguirla con el sobrenombre con que la conocemos. El rey la quería mucho mas que a sus hijas, y a no tener otras hijas habría partido tranquilo; pero la confianza que Picarilla le inspiraba era igual al recelo e inquietud que le asaltaban por la suerte de las otras. Con objeto de asegurarse de la conducta de su familia, - que de la de sus vasallos no se inquietaba, gracias al ministro regente - fue a ver a un hada y le partición las inquietudes que sentía respecto de Perezosa y Habladora.
Hasta hoy – añadió el rey – nada han hecho que pueda conceptuarse como una falta a los deberes que su rango les impone; pero tienen tan poquísimo talento, son tan imprudentes y viven tan ociosas que temo se lancen, lejos de mi cuidado, a cualquier locura. En cuanto a Picarilla, su virtud me inspira la mayor confianza; sin embargo, la trataré como a las otras para no darles motivo de queja. Os suplico, pues, sabia maga, que me hagáis tres ruecas de cristal, una para cada una de mis hijas, que tengan la propiedad de romperse en el mismo instante en que, aquella a quien pertenezca haga algo que perjudique su reputación.
Era la maga muy hábil y satisfació los deseos del rey. Le entregó tres ruecas encantadas, que tenían la virtud exigida. No se contento el monarca con tomar esta precaución; y encerró a las tres princesas en una altísima torre construida en un lugar solitario. Ordenole luego que permaneciesen en aquella torre durante su ausencia, y les encargo mucho que no saliesen para nada, ni hablasen con nadie. Les privó de toda la servidumbre de uno y otro sexo, y después de darles las ruecas encantadas, abrazó a las princesas, cerró las puertas de la torre, guardo las llaves y se puso en camino.