La sagaz princesapágina 16 / 19
Perfectísimo se estremeció de horror al oír estas palabras, y se arrepintió de la imprudencia de su juramento; no era tiempo de revocarlo y disimulo su pena. Cauteloso espiró pocos minutos después.
Imposible explicar el dolor del rey Muy Benigno: baste decir que fue tan grande como la alegría del pueblo al ver que por la muerte del indigno príncipe quedaba heredero de la corona Perfectísimo, cuyas excelentes cualidades eran apreciadas por todo el mundo.
Picarilla que se había vuelto a reunir con sus hermanas, tuvo noticia de la muerte de Cauteloso. Al poco fue anunciado a las princesas el regreso del rey su padre. El primer cuidado de este príncipe al entrar en su reino fue pedir a sus hijas la rueca de cristal. Perezosa fue a buscar la de Picarilla y la enseñó al rey; después hizo una profunda reverencia y volvió a colocarla en su sitio. Habladora siguió el ejemplo de su hermana, y Picarilla trajo por ultimo su propia y verdadera rueca. Pero el rey, que era un poco desconfiado, no se dio por satisfecho y quiso ver las tres ruecas juntas. ¡Aquí fueron los apuros! ¡Solo Picarilla pudo enseñar la suya!
La conducta de sus dos hijas mayores inspiró al rey tal furor que en aquella misma hora las mando a casa del hada que había hecho las ruecas, y la suplico que las castigase del modo que merecían.
El hada, para dar principio al castigo de las princesas, las condujo a una galería de su palacio encantado. En ella estaban colocados los retratáis de un sinnúmero de mujeres ilustres que habían adquirido gran celebridad por sus virtudes y por una vida laboriosa. Por un maravilloso efecto eran de movimiento y estaban en acción desde la mañana hasta la noche.
Veíanse por todas partes divisas y trofeos dedicados a la gloria de aquellas virtuosas mujeres, y no fue pequeña mortificación para las dos hermanas el comparar los triunfos de tales heroínas con la despreciable situación a que las había reducido su imprudencia. Para colmo de males el hada les dijo en tono severo, que si desde la infancia se hubieran ocupado siempre en las labores que desempeñaban las heroínas de los cuadros, no habrían tenido que lamentar nunca vergonzosos deslices.