La sagaz princesapágina 15 / 19
Después de conversar con él por espacio de rato acerca de las heridas de Cauteloso, le dijo que había olvidado en su domicilio una botella de agua incomparable por sus salutíferos efectos y que iba a buscarla. Fuese y dejo allí las cajas que ya conocemos asegurando que contenían excelentes bálsamos para la cura de las heridas.
Excusado es decir que el pretendido medico no volvió a parecer. Impacientes por su tardanza, iban a llamarle de nuevo, cuando resonaron débiles gritos de niño en el cuarto de Cauteloso. Pronto averiguaron que los gritos salían de las misteriosas cajas.
Los que así gritaban eran los sobrinos de Picarilla. La sagaz princesa había hecho que los alimentasen bien antes de llevarlos a palacio; pero con el tiempo los pobrecitos volvieron a tener hambre y manifestaron la necesidad de su estomago con débiles lamentos. Abiertas las cajas, quedaron los circunstantes sorprendidos. Cauteloso comprendió que el regalo venia de la sagaz Picarilla y fue tal su rabia, que se le empeoraron mucho las heredad y ya no hubo ninguna esperanza de salvarle.
El pesar de Perfectísimo creció de punto. Cauteloso, pérfido aun a las puertas de la muerte, quiso abusar de su ternura y de su dolor: - Príncipe – le dijo – si no hubiera tenido durante mi vida mil pruebas de tu amistas, me bastaría para creer en tu acendrado cariño el sentimiento que te causa mi perdida. Voy a morir, hermano mío, como último testimonio de tu buen afecto, prométeme que no me negaras lo que voy a pedirte.
Incapaz el buen príncipe de negar nada a su hermano, le prometió bajo la fe de los más terribles juramentos concederle cuanto le pidiese. Cauteloso después de abrazarle tiernamente respondió:
- ¡Gracias, hermano mío! Al fin muero con el consuelo de que seré vengado. La súplica que tengo que hacerte es que, así que yo muera, pidas en matrimonio a Picarilla. Ya en tu poder esta maligna princesa, ¡entiérrale un puñal en el pecho!