La sagaz princesapágina 13 / 19
El Peredo príncipe la enseño un tonel erizado interiormente de puntas de acero y clavos retorcidos, y añadió, que, para castigarla como merecía, la meterían dentro y la echarían a rodar por la montaña abajo. Picarilla, aunque no era romana, permaneció tan impasible a la vista de aquel suplicio, como lo estuvo Regulus en presencia de una tortura semejante; su valor y sangre fría no decayeron ni por un momento.
En vez de admirar su carácter heroico, sintió Cauteloso recobrar su rabia, y no pensó sino en apresurar la muerte de la victima. Con este fin se inclino al borde del tonel preparado a su venganza, para examinar si las paredes estaban bien guarnecidas de instrumentos de tortura. Picarilla aprovecho el instante en que su perseguidor parecía absorto en su contemplación diabólica, y con la rapidez del rayo, le precipito dentro, le echo a rodar por la vertiente de la montaña, sin que el príncipe tuviera tiempo de resistirse, y en seguida huyo precipitadamente.
Los satélites de Cauteloso, que habían visto con disgusto y repugnancia la manera bárbara y cruel como su amo quería tratar a la hermosa y amable joven, no pensaban en perseguirla. Además, se hallaban tan asustados del accidente ocurrido al príncipe, que a todos les falto tiempo para arrojarse a detener la mortífera cuba; sus esfuerzos fueron inútiles: el tonel no paro hasta llegar al valle, y allí sacaron al príncipe cubierto de sangre y hecho una verdadera llaga desde los pies a la cabeza.
La desgracia ocurrida a Cauteloso causo gran sentimiento al rey Muy Benigno y al príncipe Perfectísimo. En cuanto a los pueblo, lejos de sentirlo, se alegraron, porque Cauteloso era aborrecido de todos: nadie comprendía como su joven hermano, cuyos sentimientos eran tan nobles, podía vivir con el y amarle. Pero el carácter de Perfectísimo era excesivamente bueno, y esta bondad natural le obligaba a querer con la mayor ternura a todos los miembros de su familia. Además, el astuto Cauteloso había tenido siempre sumo cuidado en manifestarle gran afecto, y aquel magnánimo príncipe no podía menos de corresponder a un cariño con apariencias de sincero. Perfectísimo experimento un dolor inmenso al tener noticia de las heridas que había recibido su hermano, y consagro sus desvelos a asistirle con el mismo afán que lo hubiera hecho una madre cariñosa; pero a pesar de sus tiernos cuidados, las heridas de Cauteloso se enconaban cada vez mas, y le producían atroces sufrimientos.