La sagaz princesapágina 11 / 19
El príncipe se arrojó sin desnudarse en el lecho tan artificiosamente preparado, y, rotos con el peso de su cuerpo los frágiles travesaños en que descansaba el colchón, fue a parar sin poder evitarlo al fondo del albañal. El ruido que el príncipe hizo al caer previno a Picarilla, cuya habitación se hallaba próxima, de que su artificio había tenido buen éxito. Imposible es expresar el inmenso placer que experimento al oírle revolcarse y jurar como un condenado en el fondo de la cloaca. El castigo era tan merecido que legitima la alegría de la princesa.
El placer de su triunfo no la impidió pensar en sus pobres hermanas, y su primer cuidado fue buscarlas. A Habladora la encontró en seguida, porque Cauteloso, después de haberla encerrado, no tuvo la precaución de retirar la llave de la cerradura. Picarilla entro apresuradamente, y al ruido que hizo se despertó la infeliz sobresaltada y llena de confusión al verla delante. Picarilla le refirió cuanto acababa de pasarle con el infame príncipe.
Estas noticias produjeron en Habladora un doloroso efecto; había tomado en serio la ridícula comedia representada por Cauteloso. Aunque parezca mentira, no faltan en el mundo candidas por el estilo.
Disimuló el exceso de su dolor, y salió de su cuarto con Picarilla para ir en busca de Perezosa. Recorrieron uno por uno los aposentos del castillo sin encontrarla. Ocurriósele por ultimo, a la sagaz princesa, que acaso estaría en las habitaciones que daban al jardín, y en efecto, allí la encontraron medio muera de hambre y de desesperación. Prestárosla los socorros que reclamaba su crítico estado, y después de mutuas confidencias que ocasionaron profundísima pena a Habladora y Perezosa, decidieron descansar un rato de tantas y tan agudas emociones.
Como es de suponer, Cauteloso pasó mala noche: la llegada del nuevo día no mejoro en nada su posición. Hallábase en las profundidades de una fétida caverna, cuyos horrores no podía apreciar, por falta de luz: la salida era poco menos que imposible. A fuerza de andar de un lado a otro con la energía de la desesperación, encontró por fin el desagüe del albañal que daba sobre un río situado bastante lejos del castillo, y comenzó a gritar desesperadamente. Oyéndole unos pescadores y le sacaron del agua en tal lastimoso estado que daba compasión verle.