La cabra del señor Seguinpágina 9 / 10
De repente el viento se enfrió. La montaña se tornó violeta; era la noche.
- ¡Ya! Dijo la pequeña cabra, y se paró muy asombrada.
Abajo, los campos estaban inundados de bruma. El cercado del Sr. Seguín desaparecía entre la niebla, y de la casita ya no se veía más que el tejado con un poco de humo. Escuchó los cascabeles de un rebaño que volvía, y se sintió toda triste en el alma... Un gavilán, que volvía, la rozó con sus alas al pasar. Se estremeció...
Luego hubo un aullido en la montaña:
- ¡Hou! ¡Hou!
Pensó en el lobo; en todo el día la loca no había pensado en él. Al mismo tiempo, una trompa sonó muy lejos en el valle. Era el bueno del Sr. Seguin quien intentaba un último esfuerzo.
- ¡Hou! Hou!... hacía el lobo.
- ¡Vuelve! ¡Vuelve!... gritaba la trompa.
Blanquette tuvo ganas de volver; pero recordando la estaca, la cuerda, el seto del cercado, pensó que ahora ya no podría hacerse a esa vida, y que más valía quedarse.
La trompa ya no sonaba...
La cabra oyó detrás de ella un ruido de hojas.
Se volvió y vió en la sombra dos orejas cortas, totalmente rectas, con dos ojos que relucían...
Era el lobo.
Enorme, inmóvil, sentado en su tren trasero, estaba ahí mirando a la pequeña cabra blanca saboreándola de antemano. Como sabía bien que se la comería, el lobo no se apresuraba; únicamente, cuando se dió la vuelta, se echó a reír con maldad.
- ¡Ha! ¡Ha! ¡La pequeña cabra de Sr. Seguín! y pasó su gruesa lengua roja sobre sus morros de yesca.
Blanquette se sintió perdida... Por un momento, recordando la historia de la vieja Renaude, que se había peleado toda la noche para acabar comida por la mañana, se dijo que más valdría dejarse comer en seguida; luego, cambiando de opinión, se puso en guardia, la cabeza baja y el cuerno adelante, como la brava cabra del Sr. Seguín que era... No es que tuviera la esperanza de matar al lobo, las cabras no matan al lobo,- sino tan solo para ver si podía aguantar tanto tiempo como Renaude...