La cabra del señor Seguinpágina 8 / 10
¡Imagínate, Gringoire, si nuestra cabra era feliz!
No más cuerda, no más estaca… nada que le impidiera brincar, pacer a su gusto... Ahí sí que había hierba! ¡Hasta por encima de los cuernos, ¡y qué hierba! Sabrosa, fina, dentellada, hecha de mil plantas... Era algo bien distinto al césped del cercado. ¡Y las flores!... Grandes campánulas azules, digitales de púrpura con largos cálices, todo un bosque de flores salvajes que rebosaban de jugos embriagadores!
La cabra blanca, medio borracha, se revolcaba ahí dentro patas arriba y rodaba a lo largo de los taludes, mezclandose con las hojas caídas y las castañas... Luego, de repente se erguía de un brinco sobre sus patas. ¡Hop! otra vez en marcha, con la cabeza por delante, cruzando matorrales y zarzales, ora sobre un pico, ora en el fondo de un barranco, arriba, abajo, por todos lados… Parecía que había diez cabras de Sr. Seguín en la montaña.
Y es que no le temía a nada, Blanquette.
Atravesaba de un salto grandes torrentes que la salpicaban al pasar con polvo húmedo y espuma.
Después, chorreando entera, iba tumbarse sobre alguna roca lisa y se dejaba secar por el sol... Una vez, adelantándose hasta el borde de una meseta, con una flor de cítiso entre los dientes, percibió abajo, muy abajo en la llanura, la casa de Sr. Seguín con el cercado detrás. Esto la hizo llorar de risa.
- ¡Qué pequeño es! dijo; ¿cómo pude caber allí dentro?
¡Pobrecilla! Al verse tan alta, se creía por lo menos tan grande como el mundo...
En suma, fue un buen día para la cabra del Sr. Seguín. Hacia mediodía, corriendo de derecha y de izquierda, se topó con un rebaño de rebecos que masticaban una lambrusca a dentelladas. Nuestra pequeña corredora con vestido blanco causó sensación. Le cedieron el mejor sitio en torno a la lambrusca, y todos esos caballeros fueron muy galantes... Parece ser, -esto debe quedar entre nosotros, Gringoire,- que un rebeco joven con pelaje negro, tuvo la buena fortuna de gustarle a Blanquette. Los dos enamorados se extraviaron en el bosque una hora o dos, y si quieres saber lo que se dijeron, pregúntale a los manantiales cotillas que corren invisibles entre el musgo.