La cabra del señor Seguinpágina 5 / 10
- ¡Hou! Hou!... hacía el lobo.
- ¡Vuelve! ¡Vuelve!... gritaba la trompa.
Blanquette tuvo ganas de volver; pero recordando la estaca, la cuerda, el seto del cercado, pensó que ahora ya no podría hacerse a esa vida, y que más valía quedarse.
La trompa ya no sonaba...
La cabra oyó detrás de ella un ruido de hojas.
Se volvió y vió en la sombra dos orejas cortas, totalmente rectas, con dos ojos que relucían...
Era el lobo.
Enorme, inmóvil, sentado en su tren trasero, estaba ahí mirando a la pequeña cabra blanca saboreándola de antemano. Como sabía bien que se la comería, el lobo no se apresuraba; únicamente, cuando se dió la vuelta, se echó a reír con maldad.
- ¡Ha! ¡Ha! ¡La pequeña cabra de Sr. Seguín! y pasó su gruesa lengua roja sobre sus morros de yesca.
A D. Pierre Gringoire, poeta lírico en París
¡Siempre serás el mismo, mi pobre Gringoire!
¡Pero cómo! Te ofrecen un puesto de cronista en un buen periódico de París, y tienes el aplomo de rechazarlo… Mírate, pobrecito! Mira tu jubón agujereado, tu calzado derrotado, tu cara flaca que grita ¡hambre! ¡Ahí es a dónde te ha llevado tu pasión por las rimas hermosas! Eso te han valido tus diez años de fieles servicios a las páginas del Sr Apollo… Pero es que no te da un poco de vergüenza?
¡Venga, hazte cronista, imbécil! ¡Hazte cronista! Ganarás tus buenos cuartos por la cara, tendrás tu propio cubierto en Brebant, y podrás hacerte ver en los días de estreno con una pluma nueva en tu chaqueta…
¿No? ¿No quieres?... Pretendes seguir libre, como decidas hasta el final… Pues, escucha un momento la historia de la cabra del sr. Seguín. Verás lo que se gana queriendo vivir libre.
El sr. Seguín nunca había tenido alegrías con sus cabras.
Las perdía todas del mismo modo: una buena mañana, rompían su cuerda, se iban a la montaña, y allá arriba el lobo se las comía. Ni las caricias de su dueño, ni el miedo al lobo, nada las retenía. Eran, al parecer, cabras independientes, que buscaban a toda costa el aire abierto y la libertad.