La cabra del señor Seguinpágina 4 / 10
Y es que no le temía a nada, Blanquette.
Atravesaba de un salto grandes torrentes que la salpicaban al pasar con polvo húmedo y espuma.
Después, chorreando entera, iba tumbarse sobre alguna roca lisa y se dejaba secar por el sol... Una vez, adelantándose hasta el borde de una meseta, con una flor de cítiso entre los dientes, percibió abajo, muy abajo en la llanura, la casa de Sr. Seguín con el cercado detrás. Esto la hizo llorar de risa.
- ¡Qué pequeño es! dijo; ¿cómo pude caber allí dentro?
¡Pobrecilla! Al verse tan alta, se creía por lo menos tan grande como el mundo...
En suma, fue un buen día para la cabra del Sr. Seguín. Hacia mediodía, corriendo de derecha y de izquierda, se topó con un rebaño de rebecos que masticaban una lambrusca a dentelladas. Nuestra pequeña corredora con vestido blanco causó sensación. Le cedieron el mejor sitio en torno a la lambrusca, y todos esos caballeros fueron muy galantes... Parece ser, -esto debe quedar entre nosotros, Gringoire,- que un rebeco joven con pelaje negro, tuvo la buena fortuna de gustarle a Blanquette. Los dos enamorados se extraviaron en el bosque una hora o dos, y si quieres saber lo que se dijeron, pregúntale a los manantiales cotillas que corren invisibles entre el musgo.
De repente el viento se enfrió. La montaña se tornó violeta; era la noche.
- ¡Ya! Dijo la pequeña cabra, y se paró muy asombrada.
Abajo, los campos estaban inundados de bruma. El cercado del Sr. Seguín desaparecía entre la niebla, y de la casita ya no se veía más que el tejado con un poco de humo. Escuchó los cascabeles de un rebaño que volvía, y se sintió toda triste en el alma... Un gavilán, que volvía, la rozó con sus alas al pasar. Se estremeció...
Luego hubo un aullido en la montaña:
- ¡Hou! ¡Hou!
Pensó en el lobo; en todo el día la loca no había pensado en él. Al mismo tiempo, una trompa sonó muy lejos en el valle. Era el bueno del Sr. Seguin quien intentaba un último esfuerzo.