La cabra del señor Seguinpágina 3 / 10
- Le daré cornadas, señor Seguín.
- Al lobo le traen sin cuidado tus cuernos. Me comió cabras con cuernos más grandes que los tuyos. Ya sabes, la pobre vieja Renaude que estaba aquí el año pasado? una señora cabra, fuerte y mala como un macho cabrío. Se peleó con el lobo toda la noche… y, por la mañana, el lobo se la comió.
- Vaya ¡Pobre Renaude!... No importa, señor Seguín, dejeme ir a la montaña.
- ¡Santo Dios! dijo el Sr. Seguín; ¿pero qué les hacen a mis cabras? Otra más que el lobo se me va a comer... Pues no… ¡Te salvaré a tu pesar, bribona! Y por miedo a rompas tu cuerda, voy a encerrarte en el establo y te quedarás allí siempre.
Con estas palabras, el Sr. Seguín llevó la cabra en un establo totalmente negro, y cerró la puerta con dos vueltas.
Desgraciadamente, había olvidado de cerrar la ventana y en cuanto se giró, la pequeña se fue... ¿Te ríes, Gringoire? Por Dios, eso creo; estás del lado de las cabras, tú, en contra del bueno del Sr Seguín… Ya veremos si te sigues riendo luego.
Cuando la cabra blanca llegó a la montaña, fue un encantamiento general. Jamás los viejos abetos habían visto cosa tan hermosa. Se la recibió com a una pequeña reina. Los castaños se bajaban hasta tierra para acariciarla con la punta de sus ramas. Las genistas se abrían a su paso y olían bien cuanto podían. Toda la montaña la hizo un fiesta.
¡Imagínate, Gringoire, si nuestra cabra era feliz!
No más cuerda, no más estaca… nada que le impidiera brincar, pacer a su gusto... Ahí sí que había hierba! ¡Hasta por encima de los cuernos, ¡y qué hierba! Sabrosa, fina, dentellada, hecha de mil plantas... Era algo bien distinto al césped del cercado. ¡Y las flores!... Grandes campánulas azules, digitales de púrpura con largos cálices, todo un bosque de flores salvajes que rebosaban de jugos embriagadores!
La cabra blanca, medio borracha, se revolcaba ahí dentro patas arriba y rodaba a lo largo de los taludes, mezclandose con las hojas caídas y las castañas... Luego, de repente se erguía de un brinco sobre sus patas. ¡Hop! otra vez en marcha, con la cabeza por delante, cruzando matorrales y zarzales, ora sobre un pico, ora en el fondo de un barranco, arriba, abajo, por todos lados… Parecía que había diez cabras de Sr. Seguín en la montaña.