La cabra del señor Seguinpágina 2 / 10
El Sr. Seguín tenía detrás de su casa un cercado rodeado de espinos blancos. Ahí es dónde puso a la nueva inquilina.
La ató a una estaca, en el lugar más bello del prado, cuidando de dejarle mucha cuerda, y de vez en cuando, venía para ver si estaba bien. La cabra se encontraba muy feliz y pacía la hierba de de tan buen grado que el Sr. Seguín estaba encantado.
- Por fin, pensaba el pobre hombre, he aquí una que no se aburrirá en mi casa!
El Sr. Seguín se equivocaba, su cabra se aburrió.
Un día, se dijo mirando la montaña:
- ¡Qué bien se debe estar arriba! Qué placer de brincar en el brezo, sin esta maldita cuerda qué le desgarraa una el cuello!... ¡ Está bien para el asno o para el buey lo de pacer en un cercado!... A las cabras, les hace falta espacio.
Desde ese momento, la hierba del cercado le pareció insípida. Le vino el aburrimiento. Adelgazó, su leche se hizo escasa. Daba lástima verla tirar cada día de su correa, la cabeza girada hacia el monte, con hocico abierto, haciendo ¡Meee! tristemente.
El Sr. Seguín se daba cuenta que a su cabra le pasaba algo, pero no sabía lo que era... Una mañana, terminando de ordeñarla, la cabra se volvió y le dijo en su jerga:
- Escuche, señor Seguín, languidezco en su casa, déjeme ir a la montaña.
- ¡Oh! ¡Dios mío!... ¡Tú también! gritó el Sr. Seguín estupefacto y de pronto dejó caer su escudilla; entonces, sentándose en la hierba al lado de su cabra:
- Cómo, Blanquette, quieres dejarme!
Y Blanquette respondió:
- Sí, señor Seguín.
- ¿Acaso te falta la hierba aquí?
- ¡Oh, no! señor Seguín.
- A lo mejor estás atada demasiado en corto. ¿Quieres que te alargue la cuerda?
- No es necesario, señor Seguín.
- ¿Entonces, qué te hace falta? ¿Qué es lo que quieres?
- Quiero ir a la montaña, señor Seguín.
- Pero, pobrecita, no sabes que está el lobo en la montaña... ¿Qué harás cuando venga?...