La cabra del señor Seguinpágina 6 / 10
El bueno del Sr. Seguín, que no entendía nada del carácter de sus animales, estaba consternado. Se decía:
- Se acabó; las cabras se aburren en mi casa, no guardaré ni una.
Sin embargo, no se desanimó, y, después de haber perdido seis cabras de la misma manera, compró una séptima; aunque esta vez, tomó la precaución de cogerla jovencita, para que acostumbrarla a quedarse en su casa.
¡Ay!, Gringoire, ¡qué hermosa era la pqequeña cabra del Sr. Seguín! ¡Qué hermosa era con sus ojos dulces, su perilla de suboficial, sus pezuñas negras y brillantes, sus cuernos cebrados y sus largos pelos blancos que le hacían una hopalanda! Era casi tan encantadora como la cabrita de Esmeralda, ¿recuerdas, Gringoire? - Y, dócil, cariñosa, dejándose ordeñar sin moverse, sin poner su pie en la escudilla. Un amor de cabrita...
El Sr. Seguín tenía detrás de su casa un cercado rodeado de espinos blancos. Ahí es dónde puso a la nueva inquilina.
La ató a una estaca, en el lugar más bello del prado, cuidando de dejarle mucha cuerda, y de vez en cuando, venía para ver si estaba bien. La cabra se encontraba muy feliz y pacía la hierba de de tan buen grado que el Sr. Seguín estaba encantado.
- Por fin, pensaba el pobre hombre, he aquí una que no se aburrirá en mi casa!
El Sr. Seguín se equivocaba, su cabra se aburrió.
Un día, se dijo mirando la montaña:
- ¡Qué bien se debe estar arriba! Qué placer de brincar en el brezo, sin esta maldita cuerda qué le desgarraa una el cuello!... ¡ Está bien para el asno o para el buey lo de pacer en un cercado!... A las cabras, les hace falta espacio.
Desde ese momento, la hierba del cercado le pareció insípida. Le vino el aburrimiento. Adelgazó, su leche se hizo escasa. Daba lástima verla tirar cada día de su correa, la cabeza girada hacia el monte, con hocico abierto, haciendo ¡Meee! tristemente.
El Sr. Seguín se daba cuenta que a su cabra le pasaba algo, pero no sabía lo que era... Una mañana, terminando de ordeñarla, la cabra se volvió y le dijo en su jerga: