La sagaz princesapágina 1 / 19
Allá por el tiempo de las primeras Cruzadas, un rey de no sé qué país de Europa resolvió marchar a Palestina a hacer la guerra a los infieles. Antes de emprender tan largo viaje puso en orden los negocios del Estado y confió la regencia del reino a un ministro sumamente hábil y de acrisolada probidad.
Inquietaba al monarca la suerte que durante su ausencia correría su familia. Había perdido este príncipe a su esposa hacia muy poco tiempo, y le quedaban de su matrimonio tres jóvenes ya casaderas. La crónica no cita sus verdaderos nombres; mas como en aquellos tiempos felices la sencillez de los pueblos designaba a las personas eminentes con un sobrenombre, que siempre hacia relación a sus buenas cualidades o a sus defectos, se que a la mayor de aquellas princesas se la llamaba Perezosa, a las segunda Habladora, y a la mas pequeña Picarilla, apodos estos perfectamente acomodados al carácter de las tres hermanas.
No era en verdad posible hallar una criatura más negligente que Perezosa. Nunca se despertaba antes de la una de la tarde: - la llevaban a la iglesia tal como salía de la cama, con el cabello descompuesto, el vestido a medio abrochar, sin cinturón ni cosa que lo valiera, y hasta muchas veces calzaba con una zapatilla de una clase y otra de otra. Durante el día, se arreglaba un poco: jamás pudo conseguirse que se quitase las chinelas, porque era para ella un trabajo insoportable andar con zapatos. Después de comer, Perezosa entraba en el tocado y allí permanecía arreglándose y peinándose hasta las primeras horas de la noche: el resto hasta las doce lo pasaba en jugar y comer: en seguida empezaba a desnudarla, y como en esta operación había de invertir tantas horas como en vestirla, nunca se acostaba sino después de haber amanecido.
Habladora hacia otra especie de vida: viva de genio, empleaba poco tiempo en el cuidado de su persona; en cambio, era tal su flujo por hablar que en todo el santo día no cerraba el pico. Sabia la historia particular, no solo de los cortesanos, sino hasta del mas insignificante hidalguillo de la comarca, llevaba cuenta y razón de todas las mujeres que mataban de hambre a los criados para comprar con los ahorros galas y diges, y conocía al dedillo lo que ganaban las doncellas d la marquesa de Fulanita y el mayordomo del conde Meganito. Pata estar al corriente de todos estos chismes pasaba las horas muertas escuchando a su costurera y a su nodriza, con el mismo placer que hubiera puesto en oír el discurso de un embajador. Tenía ya aburrido el rey, su padre, hasta el último lacayo de palacio. Poco le importaba la jerarquía del oyente, el caso era hablar mucho.