Colás el chico y Colás el grandepágina 10 / 11
-¡Dios mío! -continuaba suspirando el prisionero-. ¡Tan joven y tener que ir al cielo!
-En cambio, yo, pobre de mí -replicó el pastor-, no puedo ir, a pesar de ser tan viejo.
-Abre el saco -gritó Colás-, métete en él en mi lugar, y dentro de poco estarás en el Paraíso.
-¡De mil amores! -respondió el pastor, desatando la cuerda. Colás el Chico salió de un brinco de su prisión.
-¿Querrás cuidar de mi ganado? -preguntole el viejo, metiéndose a su vez en el saco. Colás lo ató fuertemente, y luego se alejó con la manada.
A poco, Colás el Grande salió de la iglesia, y se cargó el saco a la espalda. Al levantarlo pareciole que pesaba menos que antes, pues el viejo pastor era mucho más desmirriado que Colás el Chico. «¡Qué ligero se ha vuelto!», pensó. «Esto es el premio de haber oído un salmo». Y llegándose al río, que era profundo y caudaloso, echó al agua el saco con el viejo pastor, mientras gritaba, creído de que era su rival:
-¡No volverás a burlarte de mí!
Y emprendió el regreso a su casa; pero al llegar al cruce de dos caminos topose de nuevo con Colás el Chico, que conducía su ganado.
-¿Qué es esto? -exclamó asombrado-. ¿Pero no te ahogué?
-Sí -respondió el otro-. Hace cosa de media hora que me arrojaste al río.
-¿Y de dónde has sacado este rebaño? -preguntó Colás el Grande.
-Son animales de agua -respondió el Chico-. Voy a contarte la historia y a darte las gracias por haberme ahogado, pues ahora sí soy rico de veras. Tuve mucho miedo cuando estaba en el saco, y el viento me zumbó en los oídos al arrojarme tú desde el puente, y el agua estaba muy fría. En seguida me fui al fondo, pero no me lastimé, pues está cubierto de la más mullida hierba que puedas imaginar. Tan pronto como caí se abrió el saco y se me presentó una muchacha hermosísima, con un vestido blanco como la nieve y una diadema verde en torno del húmedo cabello. Me tomó la mano y me dijo: «¿Eres tú, Colás el Chico? De momento ahí tienes unas cuantas reses; una milla más lejos, te aguarda toda una manada; te la regalo». Entonces vi que el río era como una gran carretera para la gente de mar. Por el fondo hay un gran tránsito de carruajes y peatones que vienen del mar, tierra adentro, hasta donde empieza el río. Había flores hermosísimas y la hierba más verde que he visto jamás. Los peces pasaban nadando junto a mis orejas, exactamente como los pájaros en el aire. ¡Y qué gente más simpática, y qué ganado más gordo, paciendo por las hondonadas y los ribazos!