Colás el chico y Colás el grandepágina 9 / 11
-¿Quién es y de dónde lo has sacado? -preguntó el boticario.
-Es mi abuela -respondió Colás-. La maté para sacar de ella una fanega de dinero.
-¡Dios nos ampare! -exclamó el boticario-. ¡Qué disparate! No digas eso, que pueden cortarte la cabeza.
Y le hizo ver cuán perversa había sido su acción, diciéndole que era un hombre malo y que merecía un castigo. Asustose tanto Colás que, montando en el carro de un brinco y fustigando los caballos, emprendió la vuelta a casa sin detenerse. El boticario y los demás presentes, creyéndolo loco, lo dejaron marchar libremente.
«¡Me la vas a pagar!», dijo Colás cuando estuvo en la carretera. «Esta no te la paso, compadre». Y en cuanto hubo llegado a su casa cogió el saco más grande que encontró, fue al encuentro de Colás el Chico y le dijo:
-Por dos veces me has engañado; la primera maté los caballos y la segunda a mi abuela. Tú tienes la culpa de todo, pero no volverás a burlarte de mí.
Y agarrando a Colás el Chico, lo metió en el saco y, cargándoselo a la espalda le dijo:
-¡Ahora voy a ahogarte!
El trecho hasta el río era largo, y Colás el Chico pesaba lo suyo. El camino pasaba muy cerca de la iglesia, desde la cual llegaban los sones del órgano y los cantos de los fieles. Colás depositó el saco junto a la puerta, pensando que no estaría de más entrar a oír un salmo antes de seguir adelante. El prisionero no podría escapar, y toda la gente estaba en el templo; y así entró en él.
-¡Dios mío, Dios mío! -suspiraba Colás el Chico dentro del saco, retorciéndose y volviéndose, sin lograr soltarse. Mas he aquí que acertó a pasar un pastor muy viejo, de cabello blanco y que caminaba apoyándose en un bastón.
Conducía una manada de vacas y bueyes, que al pasar, volcaron el saco que encerraba a Colás el Chico.