El caballito incansablepágina 4 / 5
Pero el alazán no se daba por vencido y así prosiguió toda esa noche, con su constante galope corto y parejo, hasta que los primeros rayos del sol los sorprendieron junto a la tranquera de la tercera posta del largo trayecto.
Esta vez sí te cambiaré -dijo el muchacho echando pie a tierra.- ¡Has probado ser bueno, pero si continúas así reventarás! -Y comenzó la tarea de desensillar, mientras el dueño de la posta le preparaba otro caballo negro y lustroso.
Pero la sorpresa de Benavides llegó a su colmo, cuando volvió a oír el relincho del noble bruto, su lastimera petición:
¡No me dejes!... ¡Tengo fuerzas para seguir!...
El jinete desde entonces prosiguió la marcha con un miedo casi supersticioso y al llegar a cada posta, escuchaba el agudo relincho que le volvía a suplicar...
¡No me dejes!... ¡Tengo fuerzas para seguir!...
Así continuó el soldado su camino, durante días, que se convirtieron en semanas, cruzando llanuras, lomas, caudalosos ríos, arenales inhospitalarios, bosques poblados de alimañas y, en cada posta que se detenía para el relevo, el alazán alargaba su pescuezo, sacudía su cuerpo sudoroso y lanzaba a los vientos su potente relincho que más bien parecía un clarín de batalla:
¡No me dejes!... ¡Tengo fuerzas para seguir!...
Por fin, un día, desde la pampa solitaria, Benavides y el alazán, contemplaron a la distancia, las torres de las iglesias de Buenos Aires y los tejados rojos de sus casas.
¡Estaban llegando!
Breves momentos después, hacían su triunfal entrada por la calle de la Reconquista y penetraban en la ansiada Plaza de las Victorias, donde se levantaba el Cabildo, punto terminal de tan maravilloso viaje.
¡Benavides no cabía en sí de orgullo!
Como lo juró al heroico general Manuel Belgrano, ató su noble y tenaz caballo en el palenque de la Casa histórica y entregó el sobre que contenía el parte de la batalla de Salta a los hombres que gobernaban en aquel tiempo el país.