El caballito incansablepágina 3 / 5
Benavides no dio crédito a lo que oía y prosiguió en su trabajo de aflojar la cincha, cuando, otra vez, el relincho del alazán rompió el silencio, y entonces con más energía...
¡No me dejes!... ¡Tengo fuerzas para seguir!...
¡No cabía dudar! ¡El caballo había hablado!
¡El mensajero, pálido como un muerto, miró al noble bruto con curiosidad y estupor y sólo contempló unos ojos negros y grandes que parecían implorarle que no lo abandonara!
Y decidido, volvió a ensillar a su valiente compañero y emprendió de nuevo la marcha a gran velocidad, pasando por escarpados caminos de montaña que ponían en peligro la vida del chasqui.
¡Pero el alazán, dócil y animoso, sin dar la más pequeña muestra de cansancio, cruzó las cumbres y descendió a la llanura!
¡Llegaron a la segunda posta!
Benavides desmontó de un salto y pidió un caballo de repuesto, en la certeza de que su alazán ya no resistiría más tan extraordinario esfuerzo, pero cuál no sería su sorpresa, el oír el relincho agudo que de nuevo expresaba:
¡No me dejes!... ¡Tengo fuerzas para seguir!...
¡No puede ser! -exclamó el jinete.- No hay ser en el mundo capaz de afrontar tal desgaste. ¡Te dejaré aquí!
¡No me dejes!... ¡Tengo fuerzas para seguir! -repitió el caballo en otro relincho sonoro y después se acercó a su amo, acariciándole las manos, con su belfo tibio y cubierto de espuma.
El muchacho no vaciló más y creyendo en un milagro, otra vez montó en su noble amigo emprendiendo el camino peor de toda la travesía: el desolado desierto de Santiago del Estero, tan espantoso y solitario como los temibles arenales africanos.
Así, bajo un sol abrasador, pisando la arena ardiente, galopó todo el día, deteniéndose a ratos para dar descanso a su maravilloso alazán, que sin mostrar fatiga, lo miraba como invitándole a continuar la marcha.
Varias aves de rapiña revoloteaban por encima de sus cabezas, esperando que caballo y jinete cayeran rendidos, para lanzarse sobre ellos y llenar sus buches de comida fresca.