El caballito incansablepágina 2 / 5
¡Nada me detendrá! ¡Juro por Dios y por la Patria, que llegaré a Buenos Aires en el menor tiempo posible!
Tal simpatía y franqueza brotaba de los ojos del desconocido, que Belgrano no vaciló más y entregándole un voluminoso sobre, le dijo, mientras estrechaba su mano:
¡Aquí está mi parte de batalla! ¡En ti confío para que sea puesto en manos de mi Gobierno! ¡Deberás correr rápido como la luz por montes, sierras, cumbres y desiertos, sin que nada te detenga hasta atar tu caballo en el palenque del Cabildo de Buenos Aires!
¡Está bien, señor! -respondió el muchacho.
Belgrano continuó:
¡En el largo camino, encontrarás muchas postas y ranchos amigos, en donde podrás cambiar de cabalgadura, deteniéndote lo indispensable para ensillar el animal de refresco! ¡No te dejes engañar por ninguno que intente entorpecer tu misión y muere antes de que te arrebaten este sobre!
Benavides, que así se llamaba el joven soldado, rojo de orgullo, recibió los papeles de manos de Belgrano y después de elevar su mirada a la bandera azul y blanca que hacía pocos días flameaba como símbolo de la patria, montó en su caballo alazán que partió al galope, ante los ¡viva! de sus compañeros, que lo vieron perderse entre las cumbres lejanas.
La primera posta para cambiar de cabalgadura distaba tan sólo diez leguas, las que fueron cubiertas por el brioso alazán de Benavides en pocas horas.
El dueño del rancho, no bien vio llegar a un soldado del ejército libertador, dispuso todo lo necesario para que cambiara de animal y sacando de un corral un caballo tostado, se lo ofreció a Benavides.
El muchacho se disponía con gran prisa a desensillar su valiente alazán, cuando ocurrió algo tan inesperado que lo conmovió en todo su ser.
El caballo, al ver a su amo desmontar y observar los preparativos del cambio, lanzó un estridente relincho en el que claramente se oyó que decía:
¡No me dejes!... ¡Tengo fuerzas para seguir!...