La arañita agradecidapágina 1 / 4
La amistad entre estos personajes tan distintos se arraigó cada día más y conforme la niña se sentaba para almorzar, la arañita bajaba de su escondite y se colocaba casi al nivel de los ojos de la alegre criatura, como si quisiera darle los buenos días.
Así pasaron muchas semanas, hasta que una vez la desgracia llamó a la puerta de ese hogar, al ponerse enferma de mucho cuidado la hermosa criatura, que por su estado febril hubo de guardar cama, con el consiguiente sobresalto de los padres que se desesperaban ante el peligro de muerte que corría el rayo de sol de la casa.
La pequeña, dolorida y presa de una modorra permanente producida por la alta temperatura, creía ver entre sueñas a su diminuta compañera, que se balanceaba sobre su cabeza y le sonreía cariñosamente, colgada de su hilillo invisible.
- ¡Buenas noches, querida mía! -susurraba la niña alargando sus manecitas.
- ¡no puedo moverme, pero te agradezco la visita! ¡Estoy muy malita y creo que me moriré!
Los padres escuchaban estas palabras y creían, como es natural, que eran ocasionadas por la fiebre que abrasaba el cuerpo de la enfermita.
Mientras tanto, la arañita del comedor, al no ver más a su amiga, había abandonado la tela y deslizándose por las paredes, pudo llegar, venciendo muchas dificultades, hasta el dormitorio en donde reposaba Consuelo. El animalito quizá no se dio cuenta cabal de todo lo que ocurría, pero se extrañó mucho de que su compañerita no pudiera levantarse de la cama, que a ella le parecía, desde las alturas, un campo blanco de tamaño inconmensurable.
Pero, como la simpatía y el amor existe en todos los seres de la creación, nuestra amorosa arañita se conmovió mucho de la situación de su graciosa amiga y decidió acompañarla, formando otra tela sobre la cabecera de la cama, escondida tras un cuadro que representaba al niño Jesús.