La arañita agradecidapágina 2 / 4
- Aquí estaré bien -pensó mientras trabajaba afanosamente en el maravilloso tejido.
- ¡Desde este sitio podré observar a mi compañera y cuidar su sueño!
La enfermedad de la criatura seguía, mientras tanto, su curso y los médicos, graves y ceñudos, examinaban su cuerpecito calenturiento, recetando mil cosas de mal sabor y peor aspecto.
La arañita, entristecida desde su frágil vivienda, miraba todo aquello con profundo dolor y no sabía cómo serle útil a la paciente, que se revolvía entre los cobertores, inquieta por la fiebre.
La primavera mientras tanto había llegado y las plantas del jardín se cubrieron de flores de mil coloridos que alegraban la vista y perfumaban el ambiente.
Todo era paz y alegría en el exterior, pero en la habitación de la criatura la muerte rondaba sin apiadarse de la fragilidad e inocencia de su víctima.
Muchas veces el olor de los remedios y el vapor de ciertas mezclas que quemaban en la alcoba, molestaban mucho a nuestra diminuta arañita, pero su voluntad de mantenerse cerca de la enferma vencía su temor de caer asfixiada por aquellas emanaciones, y se encerraba dentro de la tela como mejor podía, para defenderse de tales peligros.
- ¡Hola, compañerita mía! -exclamó la niña. ¡Mucho te eché de menos los pasados días! ¡Muy pronto volveremos a almorzar juntas!
La arañita escuchaba las palabras extrañas y sólo atinaba a acercarse más, como dando con ello muestras de su desbordante felicidad.
Con el calor, llegaron al jardín mil plagas de insectos que, sin solicitar permiso, penetraron en la habitación de la enferma y cubrieron sus sábanas blancas, cuando no revoloteaban junto a la luz de los candelabros.
Para la pobre niña, esto era un martirio, ya que los mosquitos no le dejaban conciliar el sueño de noche y le cubrían el rostro de feas y peligrosas ronchas.
Inútil era que los padres combatieran esta plaga quemando ciertos preparados insecticidas y otros productos; lo único que conseguían era mortificar a la convaleciente.