El Pulgarcitopágina 6 / 6
-¡Te quieres estar quieto! -le dijo el lobo-. Vas a despertar a todo el mundo.
-¡Tanto peor para ti! -contestó el pequeño-. ¿No has disfrutado ya? Yo también quiero divertirme.
Y se puso de nuevo a gritar con todas sus fuerzas. A fuerza de gritar, despertó a su padre y a su madre, quienes corrieron hacia la habitación y miraron por las rendijas de la puerta. Cuando vieron al lobo, el hombre corrió a buscar el hacha y la mujer la hoz.
-Quédate detrás de mí -dijo el hombre cuando entraron en el cuarto-. Cuando le haya dado un golpe, si acaso no ha muerto, le pegarás con la hoz y le desgarrarás el cuerpo.
Cuando Pulgarcito oyó la voz de su padre, gritó:
-¡Querido padre, estoy aquí; aquí, en la barriga del lobo!
-¡Al fin! -dijo el padre-.¡Ya ha aparecido nuestro querido hijo!
Le indicó a su mujer que soltara la hoz, por temor a lastimar a Pulgarcito. Entonces, se adelantó y le dio al lobo un golpe tan violento en la cabeza que éste cayó muerto. Después fueron a buscar un cuchillo y unas tijeras, le abrieron el vientre y sacaron al pequeño.
-¡Qué suerte! -dijo el padre-. ¡Qué preocupados estábamos por ti!
-¡Sí, padre, he vivido mil desventuras. ¡Por fin puedo respirar el aire libre!
-Pues, ¿dónde te metiste?
-¡Ay, padre!, he estado en la madriguera de un ratón, en el vientre de una vaca y dentro de la panza de un lobo. Ahora me quedaré al lado de ustedes.
-Y nosotros no te volveríamos a vender, aunque nos diesen todos los tesoros del mundo.
Abrazaron y besaron con mucha ternura a su querido Pulgarcito, le sirvieron de comer y de beber, y lo bañaron y le pusieron ropas nuevas, pues las que llevaba mostraban los rastros de las peripecias de su accidentado viaje.