El Pulgarcitopágina 3 / 6
-No -respondió Pulgarcito-, sé lo que les conviene. Bájenme rápido.
El hombre tomó de su sombrero a Pulgarcito y lo posó en un campo al borde del camino. Por un momento dio saltitos entre los terrones de tierra y, de repente, enfiló hacia un agujero de ratón que había localizado.
-¡Buenas noches, señores, sigan sin mí! -les gritó en tono burlón.
Acudieron prontamente y rebuscaron con sus bastones en la madriguera del ratón, pero su esfuerzo fue inútil. Pulgarcito se introducía cada vez más profundo y como la oscuridad no tardó en hacerse total, se vieron obligados a regresar, burlados y con la bolsa vacía. Cuando Pulgarcito se dio cuenta de que se habían marchado, salió de su escondite.
"Es peligroso atravesar estos campos de noche, cuando más peligros acechan", pensó, "se puede uno fácilmente caer o lastimar".
Felizmente, encontró una concha vacía de caracol.
-¡Gracias a Dios! -exclamó-, ahí dentro podré pasar la noche con tranquilidad; -y ahí se introdujo. Un momento después, cuando estaba a punto de dormirse, oyó pasar a dos hombres, uno de ellos decía:
-¿Cómo haremos para robarle al cura adinerado todo su oro y su dinero?
-¡Yo bien podría decírtelo! -se puso a gritar Pulgarcito.
-¿Qué es esto? -dijo uno de los espantados ladrones, he oído hablar a alguien.
Pararon para escuchar y Pulgarcito insistió:
-Llévenme con ustedes, yo los ayudaré.
-¿En dónde estás?
-Busquen aquí, en el piso; fíjense de dónde viene la voz -contestó.
Por fin los ladrones lo encontraron y lo alzaron.
-A ver, pequeño valiente, ¿cómo pretendes ayudarnos?
-¡Eh!, yo me deslizaré entre los barrotes de la ventana de la habitación del cura y les iré pasando todo cuanto quieran.
-¡Está bien! Veremos qué sabes hacer.
Cuando llegaron a la casa, Pulgarcito se deslizó en la habitación y se puso a gritar con todas sus fuerzas.
-¿Quieren todo lo que hay aquí?