Francescapágina 8 / 8
Era el enano del castillo.
Malatesta se hallaba en la torre por no sé qué consulta de astrología; pero todo lo abandonó, descendiendo la escalera interior hasta la planta donde estaba la alcoba de la castellana; aun debió correr para llegar a tiempo, pues era la pieza más distante de la torre.
El éxtasis duraba aún; pero los ojos, secos ahora, brillaban como astros de condenación con toda la ponzoña narcótica de la luna. Aquella palidez desencajada tenía el hielo inconmovible de la fatalidad; y una pureza absoluta como la muerte los aislaba en la excepción de la vida.
Materialmente, no habían pecado, pues ni a tocarse llegaron, ni a hablarse siquiera; pero el esposo vio en sus ojos el adulterio con tan vertiginosa claridad, con tal consentimiento de rebelión y de delito, que les partió el corazón sin vacilar un ápice. Y el pergamino le halla razón, a fe mía.