La hermosa en el bosque encantadopágina 6 / 10
Cruzó por un gran patio enlosado de mármol, subió por la escalera y penetró en la sala de los guardias, que alineados en formacion y con la carabina al hombro, roncaban como unos priores. Atravesó muchas habitaciones llenas de gentil hombres y damas, dormidos todos como lirones, quién en pié, quién sentado. Entró en un aposento que parecia un ascua de oro, y en un lecho cuyas colgaduras estaban elegantemente recogidas, se ofreció á su vista un espectáculo como nunca en su vida lo hubiese podido imaginar: una princesa, al parecer de quince ó diez y seis años, cuyo resplandor vivísimo parecia el divino resplandor de los cielos.
Acercóse temblando y lleno de asombro, y se hincó de rodillas al lado de la cama. Entonces, deshecho el encantamiento, despertó la princesa, y mirándole con ojos más apasionados de lo que parecia consentir una primera entrevista, le dijo:
—¿Eres tú, príncipe de mi corazon? ¡Cuánto has tardado!
El príncipe, encantado de aquellas palabras, y más todavía de la manera cómo habian sido pronunciadas, no sabia de qué suerte manifestar su alegría y agradecimiento, y juró y perjuró que la amaba tanto como á las niñas de sus ojos.
Sus discursos no eran ningun modelo de retórica: mejor que mejor: poca elegancia, y muchísima pasion.
El príncipe, como era natural, estaba más cortado y más torpe que la princesa. Esta al fin y al cabo habia tenido cien años para pensar durante el sueño lo que habia de decirle; porque segun parece (bien que en este punto guarde silencio la historia), mientras la princesa estuvo dormida, la buena hada le inspiró sueños dorados y placenteros. Cuatro horas llevaban ya de parlatorio y no habian llegado a la mitad del camino.
Todo el palacio dispertó al dispertarse la princesa, y cada cual se fué á sus quehaceres; pero como no todos estaban enamorados, tenian un hambre canina que les crucificaba.