Blancanieve y Rojaflorpágina 3 / 7
Las niñas se acercaron, y luego lo hicieron también, paso a paso, el corderillo y la palomita, pasado ya el susto.
Dijo el oso:
- Niñas, sacudidme la nieve que llevo en la piel - y ellas trajeron la escoba y lo barrieron, dejándolo limpio, mientras él, tendido al lado del fuego, gruñía de satisfacción.
Al poco rato, las niñas se habían familiarizado con el animal y le hacían mil diabluras: tirábanle del pelo, apoyaban los piececitos en su espalda, lo zarandeaban de un lado para otro, le pegaban con una vara de avellano... Y si él gruñía, se echaban a reír. El oso se sometía complaciente a sus juegos, y si alguna vez sus amiguitas pasaban un poco de la medida, exclamaba:
- Dejadme vivir,
Rositas; si me martirizáis.
es a vuestro novio a quien matáis.
Al ser la hora de acostarse, y cuando todos se fueron a la cama, la madre dijo al oso:
- Puedes quedarte en el hogar -, así estarás resguardado del frío y del mal tiempo.
Al asomar el nuevo día, las niñas le abrieron la puerta, y el animal se alejó trotando por la nieve y desapareció en el bosque. A partir de entonces volvió todas las noches a la misma hora; echábase junto al fuego y dejaba a las niñas divertirse con él cuanto querían; y llegaron a acostumbrarse a él de tal manera, que ya no cerraban la puerta hasta que había entrado su negro amigo.
Cuando vino la primavera y todo reverdecía, dijo el oso a Blancanieve:
- Ahora tengo que marcharme, y no volveré en todo el verano.
- ¿Adónde vas, querido oso? -preguntóle Blancanieve.