Colás el chico y Colás el grandepágina 7 / 11
-¡Pieles, pieles! -gritaban, persiguiéndolo-. ¡Ya verás cómo adobamos la tuya, que parecerá un estropajo! ¡Échenlo de la ciudad!.
Y Colás no tuvo más remedio que poner los pies en polvorosa. Nunca lo habían zurrado tan lindamente.
«¡Ahora es la mía!», dijo al llegar a casa. «¡Ésta me la paga Colás el Chico! ¡Le partiré la cabeza!».
Sucedió que aquel día, en casa del otro Colás, había fallecido la abuela, y aunque la vieja había sido siempre muy dura y regañona, el nieto lo sintió, y acostó a la difunta en una cama bien calentita, para ver si lograba volverla a la vida. Allí se pasó ella la noche, mientras Colás dormía en una silla, en un rincón. No era la primera vez.
Estando ya a oscuras, se abrió la puerta y entró Colás el Grande, armado de un hacha. Sabiendo bien dónde estaba la cama, avanzó directamente hasta ella y asentó un hachazo en la cabeza de la abuela, persuadido de que era el nieto.
-¡Para que no vuelvas a burlarte de mí! -dijo, y se volvió a su casa.
«¡Es un mal hombre!», pensó Colás el Chico. «¡Quiso matarme! Suerte que la abuela ya estaba muerta; de otro modo, esto no lo cuenta».
Vistió luego el cadáver con las ropas del domingo, pidió prestado un caballo a un vecino y, después de engancharlo a su carro, puso el cadáver de la abuela, sentado, en el asiento trasero, de modo que no pudiera caerse con el movimiento del vehículo, y partió bosque a través. Al salir el sol llegó a una gran posada, y Colás el Chico paró en ella para desayunarse.
El posadero era hombre muy rico. Bueno en el fondo, pero tenía un genio pronto e irascible, como si hubiese en su cuerpo pimienta y tabaco.
-¡Buenos días! -dijo a Colás-. ¿Tan temprano y ya endomingado?
-Sí -respondió el otro-. Voy a la ciudad con la abuela. La llevo en el carro, pero no puede bajar. ¿Quieres llevarle un vaso de aguamiel? Pero tendrás que hablarle en voz alta, pues es dura de oído.