Colás el chico y Colás el grandepágina 6 / 11
-Bueno, eso ya es distinto -aceptó Colás, abriendo el arca.
El sacristán se apresuró a salir de ella, arrojó el arca al agua y se fue a su casa, donde Colás recibió el dinero prometido. Con el que le había entregado el campesino tenía ahora el carretón lleno.
«Me he cobrado bien el caballo» se dijo cuando, de vuelta a su casa, desparramó el dinero en medio de la habitación. «¡La rabia que tendrá Colás el Grande cuando vea que me he hecho rico con mi único caballo!; pero no se lo diré».
Y envió a un muchacho a casa de su compadre a pedirle que le prestara una medida de fanega.
«¿Para qué la querrá?», preguntóse Colás el Grande; y untó el fondo con alquitrán para que quedase pegado algo de lo que quería medir. Y así sucedió, pues cuando le devolvieron la fanega había pegados en el fondo tres relucientes monedas de plata de ocho chelines.
«¿Qué significa esto?», exclamó, y corrió a casa de Colás el Chico:
-¿De dónde sacaste ese dinero? -preguntó.
-De la piel de mi caballo. La vendí ayer tarde.
-¡Pues sí que te la pagaron bien! -dijo el otro, y, sin perder tiempo, volvió a su casa, mató a hachazos sus cuatro caballos y, después de desollarlos, marchose con las pieles a la ciudad.
-¡Pieles, pieles! ¿Quién compra pieles? -iba por las calles, gritando. Acudieron los zapateros y curtidores, preguntándole el precio.
-Una fanega de dinero por piel -respondió Colás.
-¿Estás loco? -gritaron todos-. ¿Crees que tenemos el dinero a fanegas?
-¡Pieles, pieles! ¿Quién compra pieles? -repitió a voz en grito; y a todos los que le preguntaban el precio respondíales:
-Una fanega de dinero por piel.
-Éste quiere burlarse de nosotros -decían todos, y, empuñando los zapateros sus trabas y los curtidores sus mandiles, pusiéronse a aporrear a Colás.