Los siete cuervospágina 7 / 7
Pues, ¡y en el mío! -dijo otro. ¡Y en el mío, y en el mío! -gritaban todos los cuervos a un tiempo, en medio de un agitado batir de alas. Y cuando el último de ellos miró su vaso, advirtió que algo sonaba en el fondo del mismo. Miraron todos, y con gran sorpresa vieron en el vaso el anillo de bodas de su madre. Primero se quedaron mudos de asombro. Pero en seguida comprendieron que aquello que parecía un milagro no tenía sino una explicación. Y dando grandes aleteos de alegría, comenzaron a gritar alborozados: ¡Nuestra hermanita ha venido a buscarnos! ¡Nuestra hermanita ha venido a buscarnos! Al oírles, salió la niña de su escondite y comenzó a besar a los cuervos. Y sucedió que a medida que los besaba, los feos pájaros negros se fueron convirtiendo en apuestos jóvenes. Los hermanos se abrazaron, locos de contento. No podéis daros una idea de lo feliz que me siento -dijo la pequeña-. Os he buscado tanto, que me parece imposible haberos encontrado a todos sanos y salvos. Y nosotros, hermanita -dijeron ellos- nunca sabremos cómo agradecerte lo que has hecho por encontrarnos. Ahora, lo que debemos hacer es volver cuanto antes a casa. ¡Imaginaos la alegría que sentirán al veros papá y mamá! Al recordar a sus padres, los los jóvenes desearon vivamente volver al viejo hogar. Se despidieron del enano, y al cabo de un largo viaje llegaron los siete muchachos y la niña a la antigua casa, donde los padres los recibieron alborozados.
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