- Nada temas; yo y el músico con quien has estado viviendo en la cabaña, somos el mismo hombre. Por tu amor me disfracé así, y el húsar que te rompió la me cancía fui también yo. Todo lo hice para humillar tu orgullo y castigarte por tu soberbia, que te incitó a burlarte de mí. La princesa, llorando amargamente, dijo:
- Fui muy injusta y no merezco ser tu esposa. Pero él le replicó: - Tranquilízate. Todo pasó, y ahora celebraremos nuestra boda. Y las camareras entraron y le pusieron preciosos vestidos; vino su padre y toda la Corte acudió a felicitarla por su casamiento con el rey «Pico de tordo», y entonces sí que todo fueron fiestas y alegría. ¡Ojalá hubiésemos estado tú y yo!