Tom Poucepágina 2 / 6
-Es una cosa bastante extraña -dijo el otro-, vamos a seguir a ese carro y a ver donde se detiene.
El carro continuó su camino y se detuvo en el bosque, precisamente en el lugar donde había madera cortada. Cuando Tom Pouce distinguió a su padre, le gritó:
-¿Ves padre, qué bien he traído el carro? ahora bájame.
El padre cogió con una mano la brida, sacó con la otra a su hijo de la oreja del caballo y le puso en el suelo: el pequeñuelo se sentó alegremente en una paja.
Al ver a Tom Ponce, se admiraron los dos forasteros, no sabiendo qué pensar.
Uno de ellos llamó aparte al otro y le dijo:
-Ese diablillo podría hacer nuestra fortuna si le enseñásemos por dinero en alguna ciudad; hay que comprarle. Se acercaron al labrador y le dijeron:
-Vendednos ese enanillo: le cuidaremos bien.
-No -respondió el padre-, es hijo mío, y no le vendo por todo el oro del mundo.
Pero al oír la conversación, Tom Pouce había trepado por los pliegues del vestido de su padre subiendo hasta sus espaldas, desde donde le dijo al oído:
-Padre vendedme a esos hombres, volveré pronto.
Su padre se le dio a los hombres por una hermosa moneda de oro.
-¿Dónde quieres ponerte? -le dijeron.
-¡Ah! ponedme en el ala de vuestro sombrero; podré pasearme y ver el campo, y tendré cuidado de no caerme. Hicieron lo que él quería, y en cuanto Tom Pouce se despidió de su padre, se marcharon con él, caminando hasta la noche. Entonces los gritó el hombrecillo:
-Esperadme, necesito bajar.
-Quédate en el sombrero -dijo el hombre-; poco me importa lo que tengas que hacer, los pájaros hacen mucho más algunas veces.
-No, no -dijo Tom Ponce-, bajadme en seguida.
El hombre lo cogió y le puso en el suelo, en una tierra junto al camino; corrió un instante entre los surcos, y después se metió en un agujero que había buscado expresamente.
-Buenas noches, caballeros, ya estáis demás aquí -les gritó riendo.