Aurore y Aiméepágina 7 / 7
Cuatro años después supieron que Fourbin había muerto de pena por haberse casado con una mujer tan perversa y el pueblo, que la odiaba, la expulsó y envió embajadores a Ingénu ofreciéndole el trono. Éste se embarcó con su esposa y la pastora, pero se produjo una gran tempestad que les hizo naufragar y se encontraron en una isla desierta. Aurora, que ya era mucho más sensata por todo lo que había vivido, no se afligió y pensó que Dios había permitido aquel naufragio por su bien: colocaron un gran palo en la orilla y en lo alto de aquél el mandil blanco de la pastora, con el fin de advertir a los barcos que pasaran por allí y vinieran en su ayuda.
Por la tarde, vieron llegar a una mujer que traía a un niño; tan pronto como lo miró Aurore reconoció a su hijo Beaujour. Le preguntó a la mujer dónde había encontrado a aquel niño y ella le respondió que su marido, que era corsario, lo había raptado; pero que habían naufragado cerca de aquella isla y que ella se había salvado junto al niño que llevaba en brazos.
Dos días después, los barcos que buscaban los cuerpos de Ingénu y de Aurore, pues creían que habían perecido, vieron aquella tela blanca, llegaron a la isla y condujeron al nuevo rey y a su familia a su reino.
Y, pasara lo que pasase, Aurore no se quejó nunca más pues sabía por experiencia que las cosas que nos parecen desgracias son con frecuencia el origen de nuestra felicidad.