Blancanieve y Rojaflorpágina 5 / 7
Por más que las niñas se esforzaron, no hubo medio de desasir la barba; tan sólidamente cogida estaba.
- Iré a buscar gente -dijo Rojaflor.
- ¡Bobaliconas! -gruñó el enano con voz gangosa-. ¿Para qué queréis más gente? A mí me sobra con vosotras dos. ¿No se os ocurre nada mejor?
- No te impacientes -dijo Blancanieve-, ya encontraré un remedio- y, sacando las tijeritas del bolsillo, cortó el extremo de la barba. Tan pronto como el enano se vio libre, agarró un saco, lleno de oro, que había dejado entre las raíces del árbol y, cargándoselo a la espalda, gruñó:
- ¡Qué gentezuela más torpe! ¡Cortar un trozo de mi hermosa barba! ¡Qué os lo pague el diablo!
Y se alejó, sin volverse a mirar a las niñas.
Poco tiempo después, las dos hermanas quisieron preparar un plato de pescado. Salieron, pues, de pesca y, al llegar cerca del río, vieron un bicho semejante a un saltamontes que avanzaba a saltitos hacia el agua, como queriendo meterse en ella. Al aproximarse, reconocieron al enano de marras.
- ¿Adónde vas? -preguntóle Rojaflor-. Supongo que no querrás echarte al agua, ¿verdad?
- No soy tan imbécil -gritó el enano-. ¿No veis que ese maldito pez me arrastra al río?
Era el caso de que el hombrecillo había estado pescando, pero con tan mala suerte que el viento le había enredado el sedal en la barba, y, al picar un pez gordo, la débil criatura no tuvo fuerzas suficientes para sacarlo, por el contrario, era el pez el que se llevaba al enanillo al agua. El hombrecito se agarraba a las hierbas y juncos, pero sus esfuerzos no servían de gran cosa; tenía que seguir los movimientos del pez, con peligro inminente de verse precipitado en el río. Las muchachas llegaron muy oportunamente; lo sujetaron e intentaron soltarle la barba, pero en vano: barba e hilo estaban sólidamente enredados. No hubo más remedio que acudir nuevamente a las tijeras y cortar otro trocito de barba. Al verlo el enanillo, les gritó: