Un Ojito, Dos Ojitos y Tres Ojitospágina 7 / 8
- Tres Ojitos, sube tú, con tus tres ojos verás mejor que tu hermana.
Bajó Un Ojito y encaramóse Tres Ojitos; pero no fue más afortunada; por mucho que mirara a su alrededor, las manzanas de oro continuaron inasequibles. Finalmente, la madre, impacientándose, se subió ella misma al árbol. Pero no le fue mejor que a sus hijas. Cada vez que creía agarrar uno de los frutos, se encontraba con la mano llena de aire.
Dijo entonces Dos Ojitos:
- Probaré yo; quizá tenga mejor suerte.
Y aunque las hermanas la increparon:
- ¡Qué quieres hacer tú con tus dos ojos! - ella trepó a la copa, y las manzanas de oró ya no huyeron, sino que espontáneamente se dejaban caer en su mano. La muchacha pudo cogerlas una a una, y, después de llenarse el delantal, bajó del árbol. La madre se las quitó todas, y Un Ojito y Tres Ojitos, en vez de dar mejor trato a su hermana, envidiosas al ver que sólo ella podía conseguir los frutos, se ensañaron con ella más aún que antes.
He aquí que hallándose un día todas al pie del árbol, vieron acercarse un joven caballero.
- ¡Aprisa, Dos Ojitos! - exclamaron las hermanas -, métete ahí debajo, y así no tendremos que avergonzarnos de ti - y, precipitadamente, le echaron encima un barril vacío que tenían a mano, metiendo también las manzanas que Dos Ojitos acababa de coger. Al llegar el caballero resultó ser un gallardo gentilhombre que, deteniéndose a admirar el magnífico árbol de oro y plata, dijo a las dos hermanas:
- ¿De quién es este hermoso árbol? Por una de sus ramas daría cuanto me pidiesen.
Tres Ojitos y Un Ojito contestaron que el árbol les pertenecía, y que romperían una rama para dársela. Una y otra se esforzaron cuanto pudieron; pero todos sus intentos resultaron vanos, pues ramas y frutos las rehuían continuamente. Dijo entonces el caballero: