El músico prodigiosopágina 2 / 5
- "No te será difícil," contestó el músico, "sólo debes hacer cuanto yo te mande."
- "Sí, músico," asintió la zorra, "te obedeceré como un discípulo a su maestro."
- "Pues sígueme ordenó él." Y no tardaron en llegar a un sendero, bordeado a ambos lados por altos arbustos.
Detúvose entonces el músico y, agarrando un avellano que crecía en una de las márgenes, lo dobló hasta el suelo, sujetando la punta con un pie; hizo luego lo mismo con un arbolillo del lado opuesto y dijo al zorro:
"Ahora, amiguito, si quieres aprender, dame la pata izquierda de delante." Obedeció la zorra, y el hombre se la ató al tronco del lado izquierdo. "Dame ahora la derecha," prosiguió. Y sujetóla del mismo modo en el tronco derecho. Después de asegurarse de que los nudos de las cuerdas eran firmes, soltó ambos arbustos, los cuales, al enderezarse, levantaron a la zorra en el aire y la dejaron colgada y pataleando. "Espérame hasta que regrese," díjole el músico, y reemprendió su ruta.
Al cabo de un rato, volvió a pensar: "El tiempo se me va a hacer muy largo y aburrido en el bosque; veamos de encontrar otro compañero." Y, cogiendo el violín, envió sus notas a la selva. A sus sones acercóse saltando un lebrato: "¡Bah!, una liebre," pensó el hombre, "no la quiero por compañero."
- "Eh, buen músico," dijo el animalito. "Tocas m y bien; me gustaría aprender."
- "Es cosa fácil," respondió él, "siempre que hagas lo que yo te mande."
- "Sí, músico," asintió el lebrato, "te obedeceré como un discípulo a su maestro." Caminaron, pues, juntos un rato, hasta llegar a un claro del bosque en el que crecía un álamo blanco. El violinista ató un largo bramante al cuello de la liebre, y sujetó al árbol el otro cabo. "¡Ala! ¡Deprisa! Da veinte carreritas alrededor del álamo," mandó el hombre al animalito, el cual obedeció.