Apenas había dado la aguja su última puntada, cuando la joven vio pasar por delante de la ventana la pluma blanca del sombrero del príncipe, a quien había traído el hilo de oro; entró en la cabaña pasando por encima del tapiz y en el cuarto donde vio a la joven, vestida como antes, con su pobre traje; pero hilando, sin embargo, en medio de este lujo improvisado, como una rosa en una zarza.
-Tú eres la más pobre y la más rica, exclamó; ven, tú serás mi esposa.
Ella le presentó la mano sin contestarle, él se la besó, y haciéndola subir en su caballo, la llevó a la corte, donde se celebraron sus bodas con grande alegría.
El huso, la lanzadera y la aguja se conservaron con el mayor cuidado en el tesoro real.