El Hombre de Nievepágina 3 / 5
-¿Quiénes eran esos dos? -preguntó el hombre de nieve al perr -. Tú que eres mas viejo que yo en la casa, ¿los conoces?
-Claro -respondió el mastín-. La de veces que ella me ha acariciado y me ha dado huesos. No le muerdo nunca.
-Pero, ¿qué hacen aquí? -preguntó el muñeco.
-Son novios -gruñó el can-. Se instalarán en una perrera a roer huesos. ¡Fuera, fuera!
-¿Son tan importantes como tú y como yo? -siguió inquiriendo el hombre de nieve.
-Son familia de los amos -explicó el perro-. Realmente saben bien pocas cosas los recién nacidos, a juzgar por ti. Yo soy viejo y tengo relaciones; conozco a todos los de la casa. Hubo un tiempo en que no tenía que estar encadenado a la intemperie. ¡Fuera, fuera!
-El frío es magnífico -respondió el hombre de nieve-. ¡Cuéntame, cuéntame! Pero no metas tanto ruido con la cadena, que me haces crujir.
-¡Fuera, fuera! -ladró el mastín-. Yo era un perrillo muy lindo, según decían. Entonces vivía en el interior del castillo, en una silla de terciopelo, o yacía sobre el regazo de la señora principal. Me besaban en el hocico y me secaban las patas con un pañuelo bordado. Me llamaban «guapísimo», «perrillo mono» y otras cosas. Pero luego pensaron que crecía demasiado, y me entregaron al ama de llaves. Fui a parar a la vivienda del sótano; desde ahí puedes verla, con el cuarto donde yo era dueño y señor, pues de verdad lo era en casa del ama. Cierto que era más reducido que arriba, pero más cómodo; no me fastidiaban los niños arrastrándome de aquí para allá. Me daban de comer tan bien como arriba y en mayor cantidad. Tenía mi propio almohadón, y además había una estufa que, en esta época precisamente, era lo mejor del mundo. Me metía debajo de ella y desaparecía del todo. ¡Oh, cuántas veces sueño con ella todavía! ¡Fuera, fuera!
-¿Tan hermosa es una estufa? -preguntó el hombre de nieve ¿Se me parece?
-Es exactamente lo contrario de ti. Es negra como el carbón, y tiene un largo cuello con un cilindro de latón. Devora leña y vomita fuego por la boca. Da gusto estar a su lado, o encima o debajo; esparce un calor de lo más agradable. Desde donde estás puedes verla a través de la ventana.