El Hijo del Porteropágina 6 / 13
-No conservarán a la niña -decía la portera-. El buen Dios sabe bien a quién debe llamar a su lado.
No murió, sin embargo, y Jorge siguió componiendo dibujos y enviándoselos. Dibujó el palacio del Zar y el antiguo Kremlin tal y como era, con sus torres y cúpulas, que, en el dibujo del muchacho, parecían enormes calabazas verdes y doradas por el sol. A Emilita le gustaban mucho estas composiciones, y aquella misma semana Jorge le envió otras, representando también edificios, para que la niña pudiera fantasear acerca de lo que había detrás de las puertas y ventanas.
Dibujó una pagoda china, con campanillas en cada uno de sus dieciséis pisos, y dos templos griegos con esbeltas columnas de mármol y grandes escalinatas alrededor. Dibujó asimismo una iglesia noruega de madera; se veía que estaba construida toda ella de troncos y vigas, muy bien tallados y modelados, y encajados unos con otros con un arte singular. Pero lo más bonito de la colección fue un edificio, que él tituló «Palacio de Emilita», porque ella debía habitarlo un día. Era una invención de Jorge y contenía todos los elementos que le habían gustado más en las restantes construcciones. Tenía la viguería de talla, como la iglesia noruega; columnas de mármol, como el templo griego; campanillas en cada piso, y en lo alto, cúpulas verdes y doradas, como el Kremlin del Zar. Era un verdadero palacio infantil, y bajo cada ventana se leía el destino de la sala correspondiente: «Aquí duerme Emilia, aquí Emilia baila y juega a "visitas"». Daba gusto mirarlo, y causó la admiración de todos.
-¡Charmant! -exclamó el general.
Pero el anciano conde -pues había un conde anciano, más distinguido aún que el general y propietario de un palacio propio y una gran hacienda señorial -no dijo nada. Se enteró de que lo había imaginado y dibujado el hijo del portero. Ya no era un niño, pues había recibido la confirmación. El anciano conde examinó los dibujos y se guardó su opinión.