El Hada del Saucopágina 6 / 8
-¡Qué espléndido es aquí el verano! -exclamó ella, mientras pasaban por delante de viejos castillos del tiempo de los caballeros, cuyos rojos muros y recortados frontones se reflejaban en los canales donde nadaban cisnes, y a lo largo de los cuales se extendían antiguas y frescas avenidas. En los campos, las mieses ondeaban como el mar; en los ribazos crecían flores rojas y amarillas, y en los setos prosperaba el lúpulo silvestre y la florida enredadera. Al anochecer se remontó la luna, grande y redonda; los montones de heno de los prados esparcían su agradable fragancia.
-¡Esto no se olvida nunca!
-Es magnífico aquí el otoño -volvió a exclamar la muchachita. El aire era aún más alto y más azul, y el bosque presentaba una bellísima combinación de tonos rojos, amarillos y verdes. Pasaban corriendo perros de caza, grandes bandadas de aves salvajes volaban gritando por encima de los sepulcros megalíticos, recubiertos de zarzamoras, que proyectaban sus sarmientos en torno a las vetustas piedras. El mar era de un azul negruzco y aparecía salpicado de barcos de vela, y en la era mujeres maduras, doncellas y niños, recogían lúpulo y lo metían en un gran tonel; los jóvenes cantaban canciones, mientras los viejos narraban cuentos de duendes y gnomos. ¿Dónde podía estarse mejor?
-¡Qué hermoso es aquí el invierno! -repitió la niña-. Todos los árboles estaban cubiertos de escarcha, como blancos corales; la nieve crepitaba bajo los pies, como si se llevasen siempre zapatos nuevos, y en el cielo se sucedían las lluvias de estrellas. En la sala estaba encendido el árbol de Navidad; había regalos y buen humor; en las casas de labranza resonaba el violín, y rebanadas de manzana caían a la sartén.
Hasta los niños más pobres decían:
-¡Qué hermoso es el invierno!
Y sí, era hermoso; y la muchachita enseñaba al niño todas las cosas; el saúco seguía exhalando su fragancia, y la bandera roja con la cruz blanca seguía ondeando; aquella bandera bajo la cual había navegado el viejo marino de Nyboder.