El Gollete de Botellapágina 7 / 10
«Si me hubiesen dejado en la habitación de abajo -pensó- de seguro que habría aprendido la lengua»,
La levantaron y enjuagaron, y bien que lo necesitaba. Se sintió, entonces diáfana y transparente, joven de nuevo como en días pretéritos; pero la hoja escrita que estaba encerrada en su interior se estropeó completamente con él lavado.
Llenaron el frasco de semillas, no sabía ella de qué clase. La taparon y envolvieron, con lo que no vio ni un resquicio de luz, y no hablemos ya de sol y luna; «cuando se va de viaje hay que poder ver algo», pensaba la botella. Pero no pudo ver nada, aunque de todos modos hizo lo principal: viajar y llegar a destino. Allí la desenvolvieron.
-¡Menudo trabajo se han tomado con ella en el extranjero -exclamó alguien-. Y, a pesar de todo, seguramente se habrá rajado.
Pero no, no se había rajado. La botella comprendía todas las palabras que se decían, pues lo hacían en la lengua que oyera en el horno vidriero, en casa del bodeguero, en el verde bosque y luego en el barco: la única vieja y buena lengua que ella podía comprender. Había llegado a su tierra natal, que saludó alborozada. De puro gozo, por poco salta de las manos que la sostenían; apenas se dio cuenta de que la descorchaban y vaciaban. La llevaron después a la bodega, para que no estorbase, y allí se quedó, olvidada del todo. En casa es donde se está mejor, aunque sea en la bodega. Jamás se le ocurrió. pensar cuánto tiempo pasó en ella; llevaba ya allí varios años, bien apoltronada, cuando un buen día bajaron unos individuos y se llevaron todas las botellas.
El jardín ofrecía un aspecto brillantísimo: lámparas encendidas colgaban en guirnaldas, y faroles de papel relucían a modo de grandes tulipanes transparentes. La noche era magnífica, y la atmósfera, quieta y diáfana; brillaban las estrellas en un cielo de luna nueva; ésta se veía como una bola de color grisazulado ribeteada de oro. Para quien tenía buena vista, resultaba hermosísima.