El Gallo del corral y la Veletapágina 2 / 3
-¡El mundo no vale un comino! -decía-. Todo es absurdo.
La veleta era eso que solemos llamar abúlica, condición que, de haberla conocido, seguramente la habría hecho interesante a los ojos del pepino. Pero éste sólo tenía pensamientos para el gallo del corral, que era su vecino.
El viento se había llevado la valla, y los rayos y truenos habían cesado.
-¿Qué me decís de este canto? -preguntó el gallo a las gallinas y polluelos-. Salió un tanto ronco, sin elegancia.
Y las gallinas y polluelos se subieron al estercolero, y el gallo se acercó a pasos gallardos.
-¡Planta de huerto! -dijo al pepino, la cual, en esta única palabra, se dio cuenta de su inmensa cultura y se olvidó de que la arrancaba y se la comía.
¡Qué gloriosa muerte!
Acudieron las gallinas, y tras ellas los polluelos, y cuando uno corría, corría también el otro, y todos cacareaban y piaban y miraban al gallo, orgullosos de pertenecer a su especie.
¡Quiquiriquí! -cantó él-. ¡Los polluelos serán muy pronto grandes pollos, si yo lo ordeno en el corral del mundo!
Y las gallinas y los polluelos venga cacarear y piar. Y el gallo comunicó una gran novedad.
-Un gallo puede poner un huevo. Y, ¿saben lo que hay en el huevo? Pues un basilisco. Nadie puede resistir su mirada. Bien lo saben los hombres, y ahora ustedes saben lo que hay en mí; saben que soy el rey de todos los gallineros.
Y el gallo agitó las alas, irguió la cresta y volvió a cantar, paseando una mirada escrutadora sobre todas las gallinas y todos los polluelos, los cuales se sentían orgullosísimos de que uno de los suyos fuese el rey de los gallineros. Y arreciaron tanto los cacareos y los píos, que llegaron a oídos del gallo de la veleta; pero no se movió ni impresionó por eso.
«¡Todo es absurdo! -repitió para sus adentros-. El gallo del corral no pone huevos, ni yo tampoco. Si quisiera, podría poner uno de cáscara blanda, pero ni esto se merece el mundo. ¡Todo es absurdo! ¡Ni siquiera puedo seguir aquí!».