El cerro de los elfospágina 7 / 7
Pero los jóvenes replicaron que preferían pronunciar un discurso y brindar por la fraternidad. Casarse no les venía en gana. Y pronunciaron discursos, bebieron a la salud de todos e hicieron la prueba del clavo para demostrar que se habían zampado hasta la última gota. Quitándose luego las chaquetas, se tendieron a dormir sobre la mesa, sin preocuparse de los buenos modales. Mientras tanto, el viejo duende bailaba en el salón con su joven prometida e intercambiaba con ella los zapatos, lo cual es más distinguido que intercambiar sortijas.
-¡Que canta el gallo! -exclamó la vieja elfa, encargada del gobierno doméstico- ¡Hay que cerrar los postigos, para que el sol no nos abrase!
Y se cerró la colina.
En el exterior, los lagartos subían y bajaban por los árboles agrietados, y uno de ellos dijo a los demás.
-¡Cuánto me ha gustado el viejo duende nórdico!
-¡Pues yo prefiero los chicos! -objetó la lombriz de tierra; pero es que no veía, la pobre.