El príncipe Fatal y el príncipe Fortunépágina 2 / 7
Mientras tanto, el hijo de la nodriza que ella hacía pasar por el príncipe murió, y el rey y la reina estuvieron encantados de deshacerse del príncipe. Fatal permaneció en el bosque hasta los dos años. Un señor de la corte que iba a cazar, quedó muy sorprendido al verlo en medio de los animales. Se apiadó de él, se lo llevó a su casa, y cuando supo que buscaban a un niño para que le hiciera compañía a Fortuné, presentó Fatal a la reina.
Le pusieron a Fortuné un maestro para que le enseñara a leer; pero recomendándole que no le hiciera llorar. El joven príncipe, que había escuchado la recomendación, se ponía a llorar tan pronto como cogía el libro; de tal manera que a los cinco años no conocía aún las letras, mientras que Fatal leía perfectamente y sabía ya escribir.
Para asustar al príncipe, ordenaron al maestro que azotara a Fatal cada vez que Fortuné no hiciera sus deberes; por lo que, de nada le servía a Fatal aplicarse, pues eso no impedía que le pegaran; además, Fortuné era tan caprichoso y tan malvado, que maltrataba constantemente a su hermano, que no conocía. Si le daban una manzana o un juguete, Fortuné se lo arrancaba de las manos; le mandaba callar; en resumen, era un pequeño mártir, del que nadie se apiadaba. Vivieron así hasta los diez años, y la reina se mostraba muy sorprendida de la ignorancia de su hijo.
-El hada me engañó, -decía; yo creía que mi hijo sería el más listo de todos los príncipes, puesto que yo deseé que triunfara en todo cuanto quisiera emprender.
Fue a consultar al hada al respecto, y ésta le dijo:
-Señora, deberías haber deseado para tu hijo buena voluntad en lugar de talento; sólo quiere ser malvado y, como ves, lo consigue.
Después de haberle dicho esas palabras a la reina, le dio la espalda; la pobre reina, muy afligida, regresó a palacio. Le echó una reprimenda a Fortuné con el fin de obligarle a comportarse mejor; pero, en lugar de prometerle que se corregiría, le contestó que si lo molestaban, se dejaría morir de hambre. Entonces la reina, asustada, lo tomó sobre sus rodillas, lo besó, le dio caramelos, y le dijo que si comía como de costumbre, no tendría que estudiar en ocho días.