El cacauy
Eran dos hermanos huérfanos, un varón y una mujer, que vivían solos en el monte. Caco, que era el nombre familiar del muchacho, cuidaba su majadita de cabras, cazaba, buscaba miel y juntaba algarroba y otras frutas silvestres en el bosque. Con esto tenía lo suficiente para vivir. La niña cuidaba la casa y preparaba la comida. Los dos hermanos eran condición opuesta: él, generoso; ella, mezquina. Con la vida libre del campo crecían a la vez la bondad del muchacho y la ruindad de la niña. El desapego que la muchacha tuvo siempre para con su hermano se convirtió en provocación. Amasaba el pan y preparaba la comida para ella sola. Cuando el hermano regresaba después de todo un día de andanzas y fatigas, no tenía que comer. Cuando él lo llevaba todo con resignación, ella inventaba pretextos para herirlo y hacerlo sufrir. Tomó el hábito de mortificarlo y no disimulaba su satisfacción cuando lo conseguía. El hermano trató por todos los medios de cambiar el carácter y los sentimientos de la hermana, pero no lo consiguió. Agotadas su bondad y su paciencia, y amargado por su vida, resolvió darle un castigo tan grande como su crueldad. Un día le pidió que le ayudara a sacar de un árbol muy alto un panal que acababa de descubrir. Ella era muy aficionada a la miel y aceptó. Cruzaron el bosque y treparon a un árbol gigantesco. Cuando llegaron a la copa, se cubrieron la cabeza para evitar el aguijón de las abejas. La niña se sentó en una horqueta y esperó las órdenes del hermano que debía buscar el panal. El muchacho fingió abrirse paso entre el ramaje hacia el enjambre, pero bajó, y al bajar fue cortando uno a uno todos los gajos del tronco. Un día le pidió que le ayudara a sacar de un árbol muy alto un panal que acababa de descubrir. Ella era muy aficionada a la miel y aceptó. Cruzaron el bosque y treparon a un árbol gigantesco. Cuando llegaron a la copa, se cubrieron la cabeza para evitar el aguijón de las abejas. La niña se sentó en una horqueta y esperó las órdenes del hermano que debía buscar el panal. El muchacho fingió abrirse paso entre el ramaje hacia el enjambre, pero bajó, y al bajar fue cortando uno a uno todos los gajos del tronco. La niña se desembozó y vio el tronco desgajado y altísimo. Rompió a llorar y le pidió al hermano que la bajara; le prometió que seria buena, que cumpliría sus órdenes y lo ayudaría; pero él no se ablandó, y marchándose la dejó abandonada. En su desesperación, la muchacha lo llamó por su nombre tantas veces como le alcanzó la voz: ¡Caco, huy! ¡Caco, huy! ¡Cacuy! ¡Cacuy! Cuando cayó la noche sobre el bosque, su grito de horror y de arrepentimiento se hacía cada vez mas lastimero; pero nadie podía oirlo; su hermano estaba ya muy lejos. Sobre aquel castigo cayó otro castigo superior: la hermana cruel se transformó en ave y echó a volar en busca del hermano. Desde entonces, cuando llega la noche con la cabeza tendida hacia la altura, los ojos cerrados y en rara actitud de espera, llama angustiada al hermano que nunca volverá: ¡Cacuy!...¡Cacuy!...¡Cacuy!--Los lugareños de los cerros y las selvas del norte, que conocen la historia el ave solitaria y huraña, se estremecen al oirla.
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