sábado 03 de enero de 2015 a las 9h19 de la noche
no me gusto
- ¡Ya tenemos el ungüento! - exclamó el sultán, con gran estupefacción de los recién llegados.
Luego, volviéndose al médico, añadió:
- ¡Sácale la manteca y prepárate para devolverme la vista!
Tambaleándose de espanto, el médico cristiano salió, cubierto de frío sudor. Fuése en busca del príncipe Andana, pero con el decidido propósito de no sacrificarlo y de salvarle la vida. Cuando lo vio, después de saludarlo, concibió una idea maravillosa y, encaminándose seguidamente a las habitaciones del Gran Turco pidióle audiencia y le dijo:
- Señor, el esclavo cristiano está tan delgado que no tiene, manteca ninguna. Si quieres curarte, tienes que alimentarlo bien, darle una buena habitación y proporcionarle toda clase de distracciones.
La proposición pareció de perlas al sultán, que ordenó que se alojara al príncipe Andana en la mejor habitación de su palacio, vecina a la de una esclava circasiana, recién llegada, que era de peregrina hermosura. Cuando el príncipe hubo tomado posesión de su nueva morada, el médico fue a visitarle y le refirió lo que ocurría.
- Aunque paséis hambre - añadió no comáis más que lo estrictamente necesario. Yo me encargaré de preparar nuestra fuga.
Pero al poco entraron los criados negros llevando enormes bandejas cargadas de faisanes trufados, gallinas en pepitoria, huevos hilados, frutas en inmensa variedad, helados, licores... Y el príncipe, sin acordarse de la recomendación del médico, se atracó de lo lindo. Para reposar del pantagruélico banquete sacó una butaca al balcón y vio a la circasiana. Toda la tarde se la pasó hablando con su vecina y se enamoró de ella enajenadamente. Las comidas abundantísimas y las conversaciones con la circasiana se repitieron durante algunas semanas, con lo que el príncipe engordó extraordinariamente. Un día entró el médico a visitarle y le dijo que había dado palabra al Gran Turco de hacerle el ungüento al día siguiente, pero que no tuviese miedo, pues aquella misma tarde, al anochecer, se fugarían en un barco que tenía preparado. El príncipe respondió que habían de llevarse también a la circasiana, pues estaba dispuesto a casarse con ella, cosa a la que accedió el doctor. Despidióse el buen galeno, diciendo que pasaría la tarde con el sultán, para que no sospechara nada, contándole el modo de confeccionar y aplicar la milagrosa untura. Llegó la tarde y cuando el sol empezó a ocultarse hacia Poniente, el médico se dirigió apresuradamente al puerto, encontrándose con la desagradable sorpresa de que el barco no era más que un puntito insignificante en el horizonte. El príncipe, tan pronto como había puesto los pies en el barco se había olvidado de su amigo. El médico empezó a dar gritos, llamando al príncipe y a la circasiana, pero sólo consiguió enronquecer. El barco no tardó en desaparecer de su vista. Ya estaba bien entrada la noche cuando un edecán entró en la suntuosa alcoba del sultán, para dar a su señor la noticia de la fuga del médico, del príncipe y de la esclava circasiana.
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sábado 03 de enero de 2015 a las 9h19 de la noche
no me gusto
lunes 01 de diciembre de 2014 a las 6h35 de la tarde
Chistosito pero gracioso