El jóven gigantepágina 3 / 8
El joven se comió todo; enseguida preguntó si había algo más. No; eso es todo lo que tenemos. Eso apenas ha bastado para abrirme el apetito; necesito otra cosa. La madre no se atrevió a negarse: puso a la lumbre una marmita muy grande, llena de tocino y se le dio en cuanto estuvo cocido. Vamos, dijo, ahora ya se puede tomar un bocado. Y se lo tragó todo sin que se le quitase el hambre. Entonces dijo a su padre: Veo que en casa no hay lo que necesito para comer. Buscadme una barra de hierro, bastante fuerte, que no se rompa encima de mi rodilla y me iré a correr el mundo. El labrador estaba admirado. Enganchó los dos caballos al carro y trajo de la fragua una barra de hierro tan grande y tan gruesa que apenas podían arrastrarla los dos caballos. El joven la cogió y la rompió en su rodilla como una paja; tiró los pedazos a un lado. El padre enganchó cuatro caballos, y trajo otra barra de hierro, mucho más grande y fuerte que la primera. Pero su hijo la rompió también encima de la rodilla, diciendo: Esta tampoco vale nada, traedme otra más fuerte. El padre enganchó por último ocho caballos y trajo una que apenas podían arrastrarla todos ellos. En cuanto la cogió el hijo en su mano, rompió un poco de una punta; y dijo a su padre: Ahora veo que no podéis procurarme una barra de hierro como la que necesito. Me marcho de vuestra casa. Para correr el mundo se hizo herrero. Llegó a una ciudad donde había un herrero muy avaro que no daba nunca nada a nadie y quería guardárselo todo para él solo. Se presentó en la fragua y le pidió trabajo. El maestro se admiró de ver un joven tan vigoroso, y contó con que daría buenos martillazos y ganaría bien su dinero. ¿Cuánto quieres de jornal? Le preguntó. Nada, respondió el otro, pero cada quincena cuando pagues a los demás quiero darte dos puñetazos, que quedarás obligado a recibir. El avaro quedó muy satisfecho del contrato, que le ahorraba mucho dinero. Al día siguiente el oficial forastero fue el que dio el primer martillazo cuando el maestro llevó la barra de hierro, ardiendo; la dio tal golpe, que el hierro se rompió, y saltó, y el yunque se hundió tan profundamente en el suelo que no pudieron volverle a sacar.
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