El jóven gigantepágina 2 / 8
Y le llevó a la tierra donde le había cogido. Hallábase ocupado en labrar su padre, cuando se acercó a él el joven gigante y le dijo: Ya estoy aquí, padre mío, y hecho todo un hombre. El labrador, asustado, exclamó: No, tú no eres mi hijo, yo no te quiero; márchate. Sí, yo soy vuestro hijo. Dejadme trabajar en lugar vuestro. Yo araré tan bien y mejor que vos. No, no, tú no eres mi hijo, y tú no sabes arar; márchate. Pero, como tenía miedo al coloso, dejó el arado y se puso a alguna distancia. Entonces, el joven, cogiendo su instrumento con una sola mano, se apoyó encima con tal fuerza, que la reja se hundió profundamente en la tierra. El labrador no pudo dejar de gritarle: Si quieres arar, no debes profundizar tanto, pues te saldrá muy mal el trabajo. El joven desenganchó entonces los caballos y se enganchó al arado, diciendo a su padre: Id a casa, y decid a mi madre que me prepare una comida abundante; entretanto acabaré de arar esta tierra. El labrador fue a su casa y se lo dijo todo a su mujer. En cuanto al joven gigante, aró toda la tierra, que tendría muy bien dos fanegas, por sí solo, y enseguida la rastrilló arrastrando dos rastrillos a la vez. Cuando hubo concluido fue al bosque, arrancó dos encinas que se echó al hombro, y colgando en la una los dos rastrillos, y en la otra los dos caballos, lo llevó todo a casa de sus padres con la misma facilidad que si fuera una paja. Cuando entró en el patio, su madre, que no le conocía, exclamó: ¿Quién es ese horrible gigante? Es nuestro hijo, dijo el labrador. No, dijo ella, no es nuestro hijo; nuestro hijo, ha muerto ya. Nosotros no hemos tenido nunca ninguno tan grande: el nuestro era muy pequeñito. Y dirigiéndose a él: Márchate, le gritó; nosotros no te queremos. El joven no la contestó. Llevó los caballos a la cuadra, les dio heno y avena y los cuidó perfectamente. Después, cuando hubo concluido, entró en el cuarto, y sentándose en el banco: Madre, dijo, tengo hambre, ¿está pronta la comida? Sí, respondió, y puso delante de él dos platos muy grandes, llenos hasta arriba, y que hubieran bastado para comer ella y su marido durante ocho días.
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